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Misión suicida de los comandos británicos en el puerto de Saint-Nazaire

Abril 03, 2018
Gran Bretaña siempre ha asentado su poderío sobre el dominio de los mares. Precisamente, ese afán por su supremacía marítima llevó a los comandos británicos a ejecutar una de las operaciones más espectaculares y osadas de la Segunda Guerra Mundial: el ataque al puerto de Saint-Nazaire.

Los submarinos alemanes y los poderosos acorazados Bismarck y Tirpitz eran todo un quebradero de cabeza para una acosada Gran Bretaña. Afortunadamente, los británicos lograron hundir el acorazado Bismarck el 27 de mayo de 1941. Sin embargo, aún quedaba una amenaza latente: y es que el Bismarck tenía un acorazado gemelo, elTirpitz.


Solo un puerto en Europa disponía de unas instalaciones lo suficientemente grandes como para albergar y reparar alTirpitz. Ese puerto era Saint-Nazaire, situado en la desembocadura del río Loira, en Francia. Conscientes de la importancia de Saint-Nazaire, el puerto francés centró la atención de los británicos. Debían destruir el dique seco para que el monstruoso acorazadoTirpitz no se atreviese a salir a mar abierto.


Se ideó una operación tan audaz como suicida: la Operación Chariot. El plan consistía en empotrar un viejo destructor cargado de explosivos contra la exclusa Normandie y de ese modo, privar de un refugio seguro alTirpitz. Para internarse en el puerto, el viejo destructor Campbelltown, como si de un caballo de Troya flotante se tratase, fue modificado para que pareciese un buque alemán. Dos de sus chimeneas fueron recortadas, mientras que la esvástica ondeaba en su mástil. El buque fue aligerado para dar cabida a las cerca de cuatro toneladas de explosivos que debía ocultar en su interior.

El viejo destructor Campbelltown es remodelado para otorgarle la apariencia de un buque alemán.


El Campbelltown iría escoltado por una flotilla de lanchas de madera. Tanto las tripulaciones de las lanchas como quienes irían a bordo del Campbelltown, una vez llegasen al puerto, debían tomar tierra y arrasar las instalaciones portuarias. Al mando de los comandos se encontraba el teniente coronel Charles Newman, mientras que el mando de las fuerzas navales lo ostentaba el capitán de corbeta Robert Red Ryder.

El teniente coronel Charles Newman, el hombre encargado de dirigir a los comandos en el ataque al puerto de Saint-Nazaire.


El 26 de marzo, partiendo desde Falmouth, los británicos se hicieron a la mar. El camino no estuvo exento de encontronazos. En la mañana del 27 de marzo se toparon con un submarino teutón. Los destructores se afanaron por dar caza al U-Boot, y pese a haber sido detectados, consiguieron avanzar hacia la costa francesa sin ser interceptados.


Mientras continuaban surcando las aguas, en el camino de los británicos se interpusieron dos pesqueros. Las embarcaciones fueron asaltadas y destruidas, pues no querían despertar las sospechas alemanas si una de las patrulleras enemigas se topaba con dos barcos de pesca abandonados.


La noche del 27 de marzo la oscuridad nocturna fue rota por los fogonazos de luz de los reflectores. Los cielos estaban cubiertos, lo que dificultaba la labor de bombardeo de los aviones de la Royal Air Force, por lo que los aviones británicos, antes de causar víctimas entre la población civil, dieron media vuelta.


El viejo destructor Campbelltown continuó surcando las aguas y el corazón les dio un vuelco a los comandos cuando atravesaron una zona de escasa profundidad y el buque rozó la superficie hasta en dos ocasiones.


Llegada las 01:22 horas, los reflectores alemanes iluminaron al Campbelltown y su escolta. Estaban a diez minutos de alcanzar el puerto, cuando se produjo un intercambio de señales luminosas. Los alemanes efectuaron varios disparos de advertencia. Pero los británicos tenían un as en la manga. Gracias a un libro de señales luminosas que habían confiscado en la incursión de Vaagso (Noruega) consiguieron engañar a los alemanes y proseguir con su aproximación.


Con la pequeña flota navegando a toda máquina, e ignorando las siguientes advertencias de los defensores germanos, se desencadenó una tormenta de fuego. El Campbelltown, que era la embarcación más prominente, pasó a ser la principal diana del fuego alemán.


Avanzando entre un diluvio de fuego vomitado por piezas de muy diversos calibres, a las 01:34 horas, el Campbelltown impactó con gran violencia contra el dique seco de Saint-Nazaire. Los comandos tomaron tierra dispuestos a sembrar el caos y la destrucción.


Los equipos de demolición alcanzaron la estación de bombeo y colocaron allí sus cargas explosivas. Los mecanismos encargados de controlar el nivel de agua, así como el sistema de apertura y cierre de las esclusas quedaron destruidos.


Sin embargo, a medida que el tiempo transcurría, mientras los comandos corrían por el puerto abatiendo a quien se cruzaba en su camino, los alemanes comenzaron a organizarse. A cada paso que daban, caían más británicos. Era imperativo llegar al punto de evacuación.

 

Los comandos, exhaustos y horrorizados, contemplaron sus naves reducidas a fragmentos de madera envueltos en humo y llamas de los que brotaba un pestazo a combustible. La endeble flota de evacuación, compuesta por lanchas de madera, había sido devorada por el fuego.

 

Rendirse era una palabra que no existía en el vocabulario de los hombres que participaron en la Operación Chariot. Newman decidió que escaparían del puerto, se dirigirían a la ciudad y se dividirían en pequeños grupos para tratar de burlar el anillo de seguridad alemán. Una vez fuera de Saint-Nazaire, cada uno trataría de huir a través de la Francia ocupada para llegar a España y desde allí, regresarían a tierras británicas.


Valientemente, los comandos cargaron a través del puerto, corriendo hacia la libertad. A sus espaldas quedaron las instalaciones portuarias, demolidas, envueltas en llamas y rodeadas de cadáveres. Sin embargo, los eficientes alemanes estrecharon el cerco y uno tras otro, los pequeños grupos de comandos, fueron capturados mientras se ocultaban en las casas de Saint-Nazaire. Solo cinco comandos consiguieron regresar a Gran Bretaña.


Los alemanes, exultantes por haber detenido la incursión británica, se regocijaban por su victoria. Mientras tanto, el destructor Campbelltown yacía empotrado contra las esclusas del dique seco, con su casco apuntando al firmamento. Los alemanes pululaban a su alrededor y se hacían fotografías victoriosos sobre el buque.

El destructor Campbelltown yace empotrado contra la compuerta de la esclusa Normandie.


Eran las 10:55 horas cuando se produjo una descomunal explosión. Una gran bola de fuego fue acompañada por un chaparrón de fragmentos metálicos. Los británicos acababan de cumplir su objetivo, el dique de Saint-Nazaire había sido inutilizado y habían dejado al acorazado Tirpitz sin refugio.


A pesar de ser capturados por los alemanes, los comandos, habían guardado celosamente el explosivo secreto que albergaban las entrañas del destructor Campbelltown.


Hitler, disgustado y terriblemente furioso, destituyó de manera fulminante al general Carl Hippert, que era el comandante de las fuerzas alemanas en el oeste. El dictador alemán, como medida de prevención ante futuras incursiones, emitió la orden de reforzar las defensas costeras.


Por tan espectacular gesta, los británicos condecoraron a cinco hombres con la Cruz Victoria, de las que dos fueron concedidas a título póstumo. En cuanto al temido acorazadoTirpitz, fue hundido por bombarderos Lancaster de la Royal Air Force en noviembre de 1944.

El acorazado Tirpitz en aguas noruegas.


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