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El rescate de Mussolini

Agosto 24, 2018
En julio de 1943, una desmoralizada Italia se enfrentaba a la invasión aliada de Sicilia. La debacle militar sufrida por las tropas italianas en la isla provocó la destitución del dictador fascista Benito Mussolini. Sin embargo, la Alemania nazi no iba a permitir que Mussolini permaneciese en cautividad.

El 29 de julio de 1943, un oficial de las SS llamado Otto Skorzeny se presentó ante el Führer en la Guarida del Lobo, en Prusia Oriental. Hitler encomendó a Skorzeny la liberación de su aliado Mussolini.


Skorzeny era el hombre idóneo para tan arriesgada misión. El corpulento oficial de las SS de origen austriaco lideraba un comando de hombres altamente preparados para llevar a cabo operaciones especiales. Entre las habilidades de sus tropas se encontraban: una alta capacitación para llevar a cabo sabotajes, un excelente dominio de las armas de fuego y del manejo de explosivos, así como la capacidad para expresarse a la perfección en diversas lenguas y conducir toda clase de vehículos. Pues bien, tras largos periodos de entrenamiento, los hombres de Skorzeny por fin tenían una oportunidad para demostrar su valía.

Otto Skorzeny, un audaz oficial de las Waffen-SS y un experto en operaciones especiales que llegó a ser conocido como "caracortada" por las cicatrices de su rostro. Sus hazañas le valieron ser denominado por los aliados como "el hombre más peligroso de Europa".


El 25 de julio de 1943, el Gran Consejo Fascista, ante el alarmantemente negativo rumbo que tomaba la guerra para Italia, tomó la determinación de deponer a Mussolini. El Duce fue detenido y conducido a una ubicación secreta.


En Alemania eran conscientes de que no podían dejar caer a su aliado italiano. La situación se estaba tornando preocupante, y mientras el gobierno de Italia aseguraba a los nazis que estaban dispuestos a continuar en la contienda, entablaban conversaciones con los aliados para abandonar la guerra. El panorama era arriesgado para Alemania. Con razón había llamado Churchill el vientre blando a Italia.

 

Alemania no podía permitir que Italia negociase la paz con los aliados. Si su aliado transalpino caía, británicos y estadounidenses podían avanzar fácilmente a través de la península itálica, amenazando el Reich desde el sur.


Ante los rumores de conversaciones entre el gobierno de Badoglio y los aliados, Hitler movilizó a sus tropas para desarmar al ejército italiano. Así pues, temerosos de los alemanes, Badoglio y el rey Víctor Manuel huyeron al sur buscando la protección de los aliados.


La situación militar era la siguiente. Los aliados se abrían camino lentamente desde el sur de Italia, mientras que los alemanes controlaban el norte de Italia y se preparaban para una férrea defensa al sur de Roma. Mientras tanto, Mussolini permanecía arrestado en una ubicación secreta. Sus guardianes tenían la orden de ejecutarle si intentaban liberarle.


Circulaban toda clase de rumores acerca del paradero de Mussolini, por lo que los alemanes enviaron a uno de sus agentes para comprobar si era cierto que el dictador italiano estaba recluido en la isla de La Maddalena. Al parecer, había evidencias de que Mussolini se encontraba en dicha isla. Unos 150 hombres custodiaban al dictador italiano y en aquella ínsula se encontraba de un hidroavión de la Cruz Roja. Para cuando los alemanes se disponían a rescatar a Mussolini, el Duce había cambiado de ubicación. Tuvieron que esperar a septiembre de 1943, cuando los alemanes detectaron una transmisión de radio que indicaba que se estaban desplegando fuertes medidas de seguridad en torno al Gran Sasso. Inicialmente, esta información fue considerada poco fidedigna, pero Skorzeny y Student llevaron a cabo sus propias indagaciones. Uno de los testigos habló acerca de un hidroavión de la Cruz Roja, esa era la pista clave. La información era correcta. Mussolini estaba confinado en el Hotel Campo Imperatore, a 2.100 metros de altitud, en el macizo del Gran Sasso, en los Apeninos.

La altitud de aquel enclave hacía del rescate de Mussolini una operación francamente compleja. Así pues, para no perder el elemento sorpresa, se decidió que el asalto se realizaría en planeadores. Mientras tanto, los hombres del mayor Mors debían capturar la estación de funicular.


Contando con las fotografías de reconocimiento aéreo tomadas desde un bombardeo y con un folleto del hotel, los hombres de Skorzeny se prepararon para un osado rescate. La fuerza de asalto alemana estaba compuesta en su mayoría por paracaidistas y también contaba con un pequeño contingente de las Waffen-SS. De la planificación del rescate, bautizado como Operación Roble, se encargó el mayor Harald Mors, de la Luftwaffe. Llegado el 12 de septiembre de 1943, los alemanes surcaron los cielos para liberar a Mussolini.


La operación comenzó con problemas, pues dos aviones y sus respectivas tropas tuvieron que quedarse en tierra por complicaciones en el depegue. De camino al Gran Sasso, dos planeadores desaparecieron después de internarse en un banco de nubes. En el horizonte divisaron el edificio en el que permanecía confinado el Duce. Los aviones que remolcaban a los planeadores soltaron los cables. Un estrepitoso chirrido se produjo cuando el planeador de Skorzeny tomó tierra. El endeble planeador se detuvo a escasos metros del hotel y de su interior emergieron los hombres de Skorzeny.


Junto a los alemanes marchaba el general italiano Fernando Soleti, que debía persuadir a los guardias para que no matasen a Mussolini. Así pues, los teutones irrumpieron mientras a voz en grito ordenaban deponer las armas y junto a ellos, Soleti exclamaba que los guardias no abriesen fuego.


Skorzeny irrumpió en una estancia en la que se hallaba un equipo de radio y su operador. Propinando un puntapié a la silla, el operador de radio quedó neutralizado y Skorzeny terminó por destrozar la radio con varios golpes de culata. Skorzeny continuó avanzando, hasta divisar en la segunda planta la silueta de Mussolini.


Rápidamente, Skorzeny y los suyos redujeron a los guardias que se encontraron en su camino. Skorzeny prosiguió hasta llegar al segundo piso. Allí, Skorzeny encañonó a dos guardias, que inmediatamente claudicaron. Skorzeny anunció que el Führer le enviaba para liberarle y un agradecido Mussolini estrechó a su libertador mientras decía que sabía que su amigo Hitler no le abandonaría.


Mientras tanto, los planeadores continuaban tomando tierra en las inmediaciones del Gran Sasso. Los carabineros, sobrepasados por la situación y por el fulgurante asalto de los alemanes, oponiendo escasa resistencia, se vieron obligados a rendirse. En la estación del funicular, dos italianos perdieron la vida en la refriega y los soldados del mayor Mors se hicieron con el control. El rescate del dictador italiano iba viento en popa y pese al estrepitoso aterrizaje de uno de los planeadores, los alemanes no tuvieron que lamentar muertos.


Sobre las 15:00 horas tomó tierra un avión Fieseler Storch. Se trataba de una aeronave diseñada para un piloto y un pasajero. A pesar de su reducido espacio, Skorzeny quería acompañar a Mussolini. Ambos hombres eran demasiado corpulentos y el hecho de tener que despegar desde una ladera, convertía la operación en un asunto demasiado arriesgado. Pese a todo, Skorzeny se las arregló para persuadir al piloto.


El Fieseler Storch se puso en marcha y el piloto se percató de la presencia de una zanja. Así pues, el piloto aceleró y el avión saltó por encima de la zanja, para volver a impactar sobre la superficie. A pesar de las dificultades, el Fieseler Storch logró ganar altura y llegó sin percances al aeropuerto de Pratica di Mare. Una vez allí, Skorzeny y Mussolini subieron a otro avión y volaron en dirección a Viena. Al llegar a Viena, tanto Skorzeny como Mussolini se alojaron en el Hotel Imperial.


Por el exitoso rescate, Skorzeny fue condecorado con la Cruz de Caballero y el Führer felicitó al audaz capitán austriaco por su valía. Por su parte, el aparato de propaganda nazi le dio gran difusión al rescate. Mussolini fue designado como líder de la República Social Italiana, que no era más que un régimen títere del Tercer Reich. En cuanto a Skorzeny, regresó junto a sus hombres informándoles de que disponían de varios días de permiso y entregándoles algunas condecoraciones.

Un exultante Skorzeny junto al dictador italiano Benito Mussolini.

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