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El cineasta Laureano Clavero nos traslada a la sangrienta batalla del bosque de Hürtgen

Octubre 29, 2018
Una vez más, Mirasud Producciones, capitaneada por el incansable Laureano Clavero, continúa con su interesante agenda de proyectos enmarcados en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. En esta ocasión, el equipo de Clavero, con la inestimable colaboración de Daniel Sam, nos trasladó a la batalla del bosque de Hürtgen con motivo del rodaje del documental “Hürtgen into the muddy battle”. Comencemos por un pequeño relato de una de las terribles experiencias que pudieron vivir los soldados que combatieron en la espesura del bosque de Hürtgen.

Nuestro amigo y compañero Albert encarnando a un soldado de la 28ª División de Infantería en el bosque de Hürtgen.

Corría el otoño de 1944 y Alemania, acosada, luchaba por su supervivencia. Los aliados estaban a las puertas del Reich. En los frondosos bosques de Hürtgen, bajo un cielo gris y con una molesta llovizna, los cañones tronaban y los fusiles crepitaban. Un frío viento zarandeaba los árboles sin piedad. La humedad, el barro y las bajas temperaturas tenían ateridos a los soldados estadounidenses y alemanes. Si el infierno existía, no debía ser muy distinto a Hürtgen.
A través de un sendero embarrado, entre los frondosos bosques, se abría camino un pequeño convoy de tropas de la 28ª División de Infantería de Estados Unidos. Los vehículos zozobraban sobre la superficie arcillosa. Los caminos que atraviesan la densa masa forestal son intrincados y traicioneros.
Ese pequeño grupo de soldados lucía el emblema carmesí de su división en sus uniformes. El escenario en el que les había tocado combatir era tan macabro como su apodo: “la división del cubo sangriento”. Algunos tenían la mirada perdida en el infinito, tantas matanzas en tan poco tiempo habían hecho que sus ojos se tornasen inexpresivos, carentes de vida.
Apestaban como si de una jauría de perros mojados se tratasen. Sus uniformes estaban cubiertos de sangre y barro. La humedad se había filtrado a través de sus botas y los calcetines no eran más que un molesto par de harapos que envolviendo sus pies fríos. Para colmo de males, cada vez que soplaba el viento, sus cuerpos temblaban. El ambiente era tan gélido que incluso sentían dolor en los huesos.
Un jeep encabezaba la marcha seguido por un camión Dodge. Los vehículos chapoteaban torpemente en el barro. Los soldados de infantería se agolpaban en el compartimiento de carga. Algunos de ellos aprovechaban para fumar un pitillo. Fantaseaban con una ducha caliente, una buena comida y una cama con sábanas limpias. ¡Eso era mucho pedir para los pobres diablos que combatían en Hürtgen!
La lluvia repiqueteaba con insistencia sobre la lona del Dodge. En ocasiones, al pasar por un desnivel de terreno, el Dodge sufría sacudidas dignas de un potro desbocado. Los soldados, en el compartimento trasero, sufrían fuertes zarandeos.
—¡Eh, Parsons, cabrón, aprende a conducir! ¡Con tantos botes has destrozado mi culo! —protestó Sadler.
El cabo Parsons, un hombre corpulento y calvo, con cara de malas pulgas, apartó fugazmente la vista del camino y se volvió hacia Sadler.
—¡Que te jodan, Sadler! —replicó Parsons—. Tú ya tenías el culo roto. Sí, ya lo creo, llevas mordiendo almohadas desde que llegamos a Francia.
—¡Vuelve la vista al frente, maldito paleto de Texas! —le espetó Sadler—. Me pone enfermo ver tu sucia jeta de paleto. ¡Eres tan feo que me arrancaría los ojos antes que volver a mirarte a la cara!
La animadversión era mutua y para colmo, tenían un humor de perros después de varios días de combates y penalidades ininterrumpidas.
Parsons quiso responder con otra obscenidad, pero algo mucho más aterrador resonó entre los grandes árboles que poblaban el bosque de Hurtgen. Era el estrépito de artillería. Se trataba del inconfundible sonido de los cañones de ochenta y ocho milímetros batiendo las posiciones estadounidenses. Los proyectiles horadaron la tierra levantando géiseres de humo y ocasionando pequeños chaparrones de barro. Cuando las andanadas de la artillería impactaban en los árboles, las astillas volaban en múltiples direcciones y los troncos, cercenados se desplomaban. El estruendo es tal que los soldados se sintieron como si les pasase por encima un tren de mercancías.
Se hizo un sepulcral silencio en el Dodge. El cercano resplandor de las explosiones invadió el lúgubre interior del vehículo. El jeep que encabezaba la marcha recibió un impacto directo y, por unos momentos, se transformó en una enorme bola de fuego de tonalidades anaranjadas y amarillentas. Los cuerpos de los dos tripulantes quedaron reducidos a un montón de pedazos de carne humeante esparcidos por el sendero. En el ambiente flotaban los hedores de la carne quemada y el combustible. El sargento Taylor y el soldado Styles han muerto.
—¡Gira a la derecha! —advirtió el soldado Miller—. ¡Gira a la derecha! ¿Qué coño estás haciendo?
Parsons, al ver la tierra siendo sacudida por las descargas de artillería, dio un errático volantazo. La rueda delantera izquierda patinó y el vehículo terminó por salirse del camino.  Parsons pisó con todas sus fuerzas el pedal del freno. El Dodge había quedado balanceándose peligrosamente en una pronunciada ladera embarrada. Sabían que si el vehículo volcaba, estaban muertos. Tan solo unas ramas, un endeble árbol y el espeso barro les separaban de una caída mortal.
El Dodge chirriaba. Se hizo un silencio sepulcral. El balanceo era suave. Algunos tenían los ojos como platos mientras que otros tenían miradas de desconcierto. Las ramas crujían y a cada segundo que transcurría, el vehículo se deslizaba unos pocos centímetros.
—¡Tenemos que salir de aquí! —advirtió Parsons.
—Buena idea —añadió el soldado Foreman en tono burlón—. Podríamos utilizar mi verga como contrapeso.
—Tu verga tendría el mismo efecto que el peso de una mosca —se mofó Sadler.
Estaban al borde de la muerte y Foreman y Sadler aún tenían ganas de tomarse su situación a broma.
—¡Que salgan primero los de la parte izquierda! ¡Después los de la derecha! ¡Con cuidado y sin movimientos bruscos! —ordenó el cabo Parsons.
Los soldados descendieron con cautela, marchando con pies de plomo mientras abandonaban el Dodge. Saltaron a tierra y ascendieron la pendiente enfangada. El último en abandonar el vehículo fue Parsons, que saltó justo cuando las ramas cedieron y el vehículo se deslizó un par de metros. Parsons, con los ojos cargados de terror, contempló como su apreciado Dodge se deslizaba ladera abajo. Era cuestión de tiempo que volcase y diese varias vueltas de campana para terminar quedando reducido a un amasijo de hierros retorcidos.
Apenas ascendió la pendiente cuando escuchó los graznidos de un oficial alemán y advirtió la presencia de unas misteriosas siluetas zigzagueando entre los árboles. La pequeña unidad de Parsons permanecía tendida sobre el barro, con sus dedos entumecidos pegados al gatillo de sus fusiles.
Instantes después de lanzarse cuerpo a tierra, las balas pasaron silbando por encima de la cabeza de Parsons. Entre los árboles reverberó el clamor de decenas de gargantas alemanas. Los teutones saboreaban su victoria mientras se cernían sobre su presa. Las balas rasgaron el aire.
—¡Fuego a mi señal! —ordenó Parsons.
Poco importaba que Parsons y Sadler se odiasen a muerte. Estaban en el mismo bando y solo si permanecían unidos podían sobrevivir. El contorno de los soldados alemanes se hizo más nítido. Vestían ponchos de camuflaje y uniformes de color gris verdoso.
Los estadounidenses encañonaron a los alemanes. Cada uno seleccionó un blanco. ¡Los enemigos eran legión! A Sadler le tembló el pómulo derecho. Sentía el corazón como si fuese a salírsele por la boca. Dedicó una leve mirada a Parsons. Éste le respondió asintiendo con la cabeza. Era el momento de aparcar las diferencias y luchar hombro con hombro, solo así podrían salvar el pellejo. Los rifles M1 Garand apuntaban hacia los primeros alemanes.
—¡Fuego! —rugió Parsons.
Un coro de Garands vomitó una terrible tormenta de plomo.


Esta podría ser la situación de un grupo de hombres en el infierno del bosque de Hürtgen. Este es el escenario que eligió el cineasta Laureano Clavero para acercar al público una de las batallas más cruentas de la Segunda Guerra Mundial.

Una patrulla de infantería estadounidense en el bosque de Hürtgen.


En compañía de Sergio García y Ruth Álvarez, Clavero eligió un escenario inmejorable para recrear la batalla de Hurtgen. Los bosques tupidos, el barro y la lluvia encajan perfectamente con el entorno de Hürtgen. Como hombres que encarnan los sufrimientos de aquellos soldados, Laureano Clavero ha podido contar con la colaboración de los chicos de First Allied Airborne Catalunya y Airborne Lleida . Quiero dar las gracias a los recreadores de ambas asociaciones por el buen trato que me han dado y por su ayuda, pues me han hecho sentir como en casa. Más allá del buen trato que me han dispensado, estos recreadores merecen todos los elogios, pues conocen a la perfección la uniformidad, el armamento y la vida cotidiana de los soldados que lucharon en la Segunda Guerra Mundial.

El cineasta Laureano Clavero trabajando durante el rodaje de "Hürtgen into the muddy battle".


Desafortunadamente, el rodaje estuvo marcado por las complicaciones, con una inclemente lluvia y un percance. El Dodge de Joan se salió del sendero, quedando sobre la ladera embarrada y estando a punto de volcar. Nos llevamos un gran susto, pues todos creíamos que podíamos haber volcado. Por suerte, no hubo que lamentar heridos ni daños materiales. Todo quedó en un contratiempo y posteriormente, Joan, feliz, con una sonrisa en los labios, pudo regresar con su Dodge intacto y sintiéndose aliviado por no haber heridos.

El Dodge a punto de precipitarse por el barranco.

El Dodge intacto. Por fortuna no hubo que lamentar heridos ni desperfectos.


A pesar de las adversidades, el buen ambiente predominó en todo momento. Pese al disgusto inicial, nos rehicimos, dispuestos a trabajar para poder transmitir al público lo que significó la batalla del bosque de Hürtgen.

Un servidor siendo entrevistado para los proyectos cinematográficos de Laureano Clavero. Todo un honor.


Con ánimos renovados, Laureano Clavero y sus chicos de Mirasud Producciones se pusieron manos a la obra, tomando impresionantes fotografías y grabando las mejores escenas posibles. Cada detalle era observado con minuciosidad: la iluminación, las posibles perspectivas, el entorno que rodeaba a los recreadores e incluso la expresión que éstos mostraban en sus rostros.

El cineasta Laureano Clavero manos a la obra.


A pesar del mal trago que supuso el descarrilamiento del Dodge, nos rehicimos y aprovechamos la oportunidad. ¡Ese es el espíritu de Mirasud Producciones y Laureano Clavero! Aunque haya contratiempos, aunque haya dificultades, éstas se afrontan y se trabaja para poder conseguir un producto lo más fiel posible con la Historia. Estoy completamente seguro de que las escenas grabadas y las fotografías tomadas recrearán con gran realismo lo sucedido en el bosque de Hürtgen en el otoño de 1944.


También pudimos contar con la colaboración de Daniel Sam, un gran apasionado de la Segunda Guerra Mundial. Sin duda alguna, su magnífico análisis de la batalla del bosque de Hürtgen será de gran ayuda para que el público comprenda qué supuso aquella sangrienta contienda.

El gran Daniel Sam aporta su certero análisis sobre la batalla del bosque de Hürtgen.


Lo que en un principio comenzó de manera aciaga, terminó por tornarse en una experiencia enriquecedora. Tanto Laureano Clavero, como sus chicos de Mirasud Producciones, los recreadores históricos, Daniel Sam y yo, recordamos una vez más que jamás hay que venirse abajo ante las dificultades. Siempre hay que continuar peleando, con perseverancia. ¡Ese es el espíritu inquebrantable de Mirasud Producciones y Laureano Clavero!


Fruto de ese estilo perseverante es el documental “Hürtgen into de muddy battle”.

Para ver el tráiler de "Hürtgen into the muddy battle" haz click aquí.


FOTOGRAFÍAS: SERGIO GARCÍA

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