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Los comandos asaltan la batería Hess

Enero 02, 2019
En el aciago 19 de agosto de 1942, los aliados sufrieron une terrible derrota en las costas de Dieppe. Tan solo los comandos de lord Lovat consiguieron cumplir con éxito su misión.

Al sur de Varengville se ubicaba la batería Hess, cuyos potentes cañones disponían de un alcance de 22 kilómetros. Tras los cañones se alzaban una pieza antiaérea y una torre de observación. A ambos lados estaban situados los emplazamientos para armas antitanque y ametralladoras. Se trataba de siete baluartes que guarnecían la costa de posibles ataques.

Lord Lovat, al frente de 245 comandos británicos, 6 rangers norteamericanos y 2 soldados de la Francia Libre que harían de guías, tenía por objetivo la destrucción de la batería Hess. Tras una minuciosa planificación, Lord Lovat determinó que el desembarco se produciría a las 04:50 horas, mientras que el reembarque tendría lugar a las 07:30 horas.

El comando de Lovat se dividió en dos grupos. La primera unidad estaría al mando del comandante Mills-Roberts y dispondría de 70 hombres que debían desembarcar en Naranja I, mientras que el segundo grupo sería dirigido por Lord Lovat y contaría con 180 hombres que tomarían tierra en Naranja II. Lord Lovat se acercaría con su grupo atacando desde la retaguardia una vez que los cazas Hurricane hubiesen cumplido con su trabajo. Los hombres de Mills-Roberts tenían que desembarcar en una estrecha bahía saliendo de la misma a través de la falla de un acantilado, mientras que los comandos de Lord Lovat tomarían tierra en una playa mucho más extensa y se internarían a través de una pendiente que llevaba al valle del Saane.

Llegado el 19 de agosto de 1942, los comandos embarcaron, pusieron a punto sus armas, se oscurecieron sus rostros y se calaron sus gorros de lana. Mientras se aproximaban, la oscuridad quedó iluminada por la luz parpadeante procedente del foro de Pointe d’Ailly. En la distancia, como si se tratase de estrellas fugaces, las bengalas surcaron los cielos. Los destellos rojos y verdes procedían del puerto de Dieppe.

Los cazas Spitfire atacaron el faro, cuyas luces se apagaron inmediatamente. El primer grupo desembarcó sin problemas y los comandos ascendieron los acantilados. Gracias a los torpedos bangalore, los británicos pudieron abrir una brecha en las alambradas que les cerraban el paso. El centinela que merodeaba por los alrededores creyó que las explosiones de los bangalore era el lejano tronar de los cañones de la artillería alemana.

Mills-Roberts y sus soldados llegaron hasta un conjunto de villas blancas. La noche tocaba a su fin y la luz matutina se abría camino. El comandante Mills-Roberts decidió enviar una patrulla para capturar alemanes. Todo cuanto encontraron fue un anciano francés ataviado con un camisón. El propio Mills-Roberts llevó de vuelta a casa al francés y la hija de éste le preguntó si fusilarían a su padre, pero Mills-Roberts lo negó explicando que eran ingleses y  no alemanes.

Al regresar Mills-Roberts junto a sus hombres escuchó el tronar de los cañones. Las piezas de artillería vomitaban las primeras descargas contra la flota aliada. El tiempo apremiaba y era imperativo silenciar los cañones, pero Lovat tardaría 50 minutos en proceder al ataque desde la retaguardia.

Cuando Mills-Roberts y sus hombres abandonaron el cobijo del bosque en el que se ocultaban, se percataron de que tan solo 100 metros separaban las alambradas de la batería de artillería. Podían escuchar a los oficiales enemigos impartiendo órdenes a las dotaciones de los cañones.

Mills-Roberts se percató de la buena visibilidad que ofrecía el piso superior de un granero. Distribuyó a sus hombres frente a la batería y acompañado por dos tiradores se dirigió a la estratégica perspectiva del campo de batalla que brindaba el granero.

En la mira telescópica del tirador se perfiló la silueta del oficial. El francotirador apretó el gatillo y el pequeño proyectil, brotando del fusil a gran velocidad, abatió al oficial germano. Desde la maleza, los fusiles y subfusiles resplandecían intermitentemente mientras los comandos desataban un monumental diluvio de plomo sobre la guarnición de la batería. Los alemanes, en lugar de responder al fuego, se parapetaron tras los sacos terreros mientras las balas silbaban a su alrededor.

Valiéndose de un arma anticarro, los británicos lograron neutralizar la ametralladora emplazada en la torre de vigilancia. Un proyectil aterrizó sobre los saquetes de pólvora que reposaban junto a las piezas de artillería. Se desató una ensordecedora explosión acompañada por grandes bolas de fuego que silenciaron los temidos cañones.

Los comandos dejaron de disparar. Pudieron escuchar los desquiciantes lamentos de los heridos, mientras los supervivientes corrían a atenderles provistos de camillas y se afanaban por extinguir los incendios.

Los alemanes no se amedrentaron y respondieron descargando una tormenta de fuego contra la maleza en la que permanecían ocultos los comandos. Las ametralladoras tabletearon y de sus cañones emanaron destellos con una inigualable cadencia de tiro. Un chaparrón de granadas de mortero llovió sobre las posiciones británicas y la tierra retumbó cada vez que los proyectiles horadaban la superficie.

Los hombres de Mills-Roberts respondieron al fuego. La estrepitosa cacofonía de armas de diversos calibres se extendió por todo el campo de batalla y las granadas fumígenas de los morteros británicos castigaron las posiciones alemanas. Mills-Roberts esperaba la llegada de los comandos de Lord Lovat.

Pues bien, Lord Lovat desembarcó puntualmente y en el lugar correcto. Mientras sus tropas desembarcaban, una bengala resplandeció en la oscuridad. Aquello era la señal inequívoca para que los alemanes disparasen contra las lanchas británicas.

Los comandos de Lovat reaccionaron con presteza, silenciando el blocao con granadas, mientras los hombres del teniente Veasey, valiéndose de escalas, ascendieron los acantilados y silenciaron otros dos baluartes.

Mientras una ametralladora disparaba contra los comandos, el soldado Finney, haciendo caso omiso del fuego enemigo, ascendió a través de un poste telefónico y cortó las comunicaciones alemanas.

El grupo de Lovat consiguió superar las alambradas y esquivó los campos minados. Tras correr a lo largo de unos ochocientos metros siguiendo el curso del Saane, viraron hacia el este, en dirección a los cañones. Los hombres de Lovat se dieron de bruces con 35 alemanes dispuestos a atacar a la unidad de Mills-Roberts. Inmediatamente, los comandos de Lovat descargaron un diluvio de plomo sobre los alemanes, que murieron al instante.

Se aproximaron a la batería y prepararon sus torpedos bangalore para abrir brechas en las alambradas. Los comandos esperaron el ataque de los cazas Hurricane. Mientras tanto, los rangers tomaron posiciones en una casa desde la que disponían de inmejorables vistas. El cabo Frank Koons, de los rangers, se topó con un alemán que se disponía a orinar. Koons no se lo pensó dos veces y abatió al alemán. De este modo, el cabo Koons fue el primer estadounidense en matar un alemán en tierras europeas.

Los Hurricane descendieron con sus motores rugiendo mientras lanzaban su ataque. El ataque de los cazas se cernió sobre la casa en la que se guarecían los rangers. Afortunadamente, no hubo que lamentar heridos.

Cuando los Hurricane dejaron de castigar a los alemanes con furiosas descargas que llovían desde el firmamento, Lovat ordenó que se lanzasen tres bengalas blancas. Era la señal para avisar a Mills-Roberts de su llegada.

Haciendo sonar su cuerno de caza, Lovat ordenó el ataque. Sus hombres, a punta de bayoneta, cargaron contra los defensores alemanes mientras prorrumpían en enfervorecidos gritos de guerra. Atravesaron 250 metros bajo el fuego de siete ametralladoras. Los que lograron seguir adelante utilizaron los cuerpos inertes a modo de parapetos.

Una unidad sufrió la pérdida de sus oficiales. Entonces entró en juego el inspirador liderazgo del comandante Porteus, que encabezó el ataque y pese a ser herido en tres ocasiones, acabó a golpe de bayoneta con todo aquel que se interpuso en su camino. Por tan valerosa actuación fue condecorado con la Cruz Victoria.

Los británicos recurrieron a sus cuchillos y bayonetas, rajando gargantas y perforando los vientres del enemigo sin compasión. El comandante de la batería, ante lo inevitable de la derrota, se hallaba en su oficina destruyendo documentos. Cuando le sorprendieron los comandos dirigió su mano hacia su pistola, pero los comandos cayeron sobre él y una bayoneta británica se hundió mortalmente en su vientre.

El asalto a la batería Hess había terminado. De 112 alemanes, únicamente 4 habían conseguido sobrevivir. Los británicos habían tenido que lamentar unas bajas totales de 45 hombres.

Llegada las 07:30 horas, fiel a lo establecido en su plan y con la misión cumplida, Lovat y sus comandos reembarcaron. El ataque a la batería Hess se había efectuado con magistral precisión, sin embargo, constituía el único triunfo en el colosal desastre de Dieppe.

 

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