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Passchendaele, infierno en el barro

Noviembre 05, 2019
A pesar de las terribles bajas sufridas por los británicos en la batalla del Somme en 1916 y de las numerosas dudas que habían planteado otros mandos aliados, el general Haig estaba dispuesto a acabar con el saliente alemán en Ypres. Para ello, Haig pretendía rodear el flanco derecho alemán en la costa bañada por el mar del Norte.

Los alemanes eran conscientes de las intenciones de Haig de atacar en Ypres. Por otro lado, los terrenos de la desembocadura del Isjer, que habían sido inundados por las tropas belgas en 1914, se habían convertido en un obstáculo para los aliados al tiempo que servían de defensa a los alemanes.


Sin importarle el problema que suponía el barro, Haig seguía convencido de que podía derrotar al ejército alemán en una batalla decisiva. A pesar de las numerosas reticencias de otros mandos aliados, el plan de Haig para una tercera batalla en Ypres terminó por imponerse.

Las fuerzas británicas atacarían a lo largo de un frente de 30 kilómetros que iba desde Warneton a Dixmude. Así, la ofensiva tendría lugar el 31 de julio de 1917. Sin embargo, era habitual que, por aquel entonces, las persistentes lluvias dejasen el terreno embarrado.


Un descomunal bombardeo ejecutado por 3.100 cañones dejó el terreno lleno de cráteres. La superficie estaba empantanada y los cráteres inundados. Por su parte, los alemanes, habían erigido una serie de fortines dotados de ametralladoras para contener la ofensiva británica. Avanzar a través de grandes cráteres inundados y entre el barro sería un tormento para la infantería británica, más aún bajo el fuego de las ametralladoras alemanas.


La ofensiva correría a cargo del 5º Ejército británico del general Hubert Gough, apoyado por un cuerpo de ejército del 2º Ejército del general Plumer a su derecha y con el 1º Ejército francés por la izquierda. Los alemanes contaban con su 4º Ejército para detener la avalancha aliada.


Sobre las 03:50 horas comenzó el ataque y las sierras de St Julien, Pilcken y Bixchoote fueron conquistadas, mientras que en la derecha en el ataque al sudeste de Ypres, no se lograron alcanzar los objetivos por muy poco. No obstante, el comienzo de la ofensiva era prometedor, pues se había capturado a 6.000 alemanes.


Pero las constantes lluvias dificultaron el avance de la infantería y de los tanques. Hubo que esperar otras dos semanas para que las tropas británicas pudieran emprender otra embestida. Mientras tanto, el sufrimiento de los soldados aumentó en las trincheras, languideciendo entre el barro, temblando de frío y viviendo constantemente empapados.


El terreno solo era transitable a través de unas pocas pistas, pues el barro y las enormes lagunas hacían buena parte del campo de batalla impracticable. Es más, salirse de las pistas les costó la vida a muchos soldados y también significó la pérdida de numerosos animales de carga. A pesar de las inclemencias del tiempo y de la dificultad que planteaba el terreno, Haig seguía empecinado en continuar atacando.

Soldados australianos en Passchendaele.


El 16 de agosto el 5º Ejército de Gough volvió a atacar la línea Gheluvelt-Langdemarck, pero fue imposible conquistar ninguna posición. A estas alturas, la moral británica empezaba a decaer. La resistencia alemana era encarnizada y los progresos muy escasos. Los hombres empezaban a creer que todo sacrificio era inútil y que les conduciría a morir inútilmente en el barro.


Finalmente, se le encomendó al 2º Ejército de Plumer la toma de la meseta de Gheluvelt. Para ello, Plumer planeó una meticulosa ofensiva, con objetivos limitados y bien respaldada por bombardeos de artillería. El 20 de septiembre atacaron los hombres de Plumer, logrando los primeros avances de importancia en tan solo 45 minutos. A medida que transcurrían las horas, continuaban los progresos, con la 23ª División muy cerca de Gheluvelt y el 5º Ejército abriéndose camino sobre la vía férrea de Ypres-Roulers. Era evidente que los británicos habían logrado adelantar su línea y que empezaban a hacer progresos.


El 26 de septiembre de 1917 los británicos lanzaron un nuevo golpe. La meteorología les era favorable pero el suelo continuaba embarrado, tan impracticable como de costumbre. Los australianos consiguieron avanzar hasta tomar Polygon Wood. A todo ello le sucedieron nuevas lluvias y oleadas de contraataques alemanes fallidos.


El 4 de octubre se reanudaron los ataques, con las fuerzas del 2º Ejército y del 5º Ejército ganando terreno. No obstante, a pesar del avance, los éxitos estaban siendo limitados y generaban una terrible agonía a las tropas aliadas. Habían transcurrido diez horribles semanas de combates entre la lluvia y el barro y aún no se habían alcanzado los objetivos marcados tras la sierra de Passchendaele.


Con el invierno acercándose, todo parecía indicar que Haig abandonaría su ofensiva en Flandes. Pero el vehemente general británico seguía insistiendo en una ofensiva decisiva. Además, con Rusia prácticamente saliendo de la Primera Guerra Mundial, las tropas del frente oriental estaban siendo trasladadas al frente occidental. Las cosas no pintaban bien para los aliados.


Haig continuó perseverando en su error, dando lugar a una larga sucesión de combates en el fango. La lluvia continuaba asolando Flandes, con los cañones atascados en el barro y los soldados marchando a través de precarias pasarelas. De hecho, caer en un cráter inundado podía significar la muerte. Pero Haig era un hombre alejado de la realidad.


Ante la previsión de fuertes lluvias para el 8 de octubre, Haig optó por emprender el ataque un día después. Una vez más se repitió la matanza. Pocas ganancias territoriales a cambio de cuantiosas bajas.


Haig trató de ganar la localidad de Passchendaele a través de las tierras altas adyacentes. Nuevamente la ofensiva quedó frustrada por la férrea defensa alemana, por la nefasta meteorología y por los bombardeos alemanes con gas mostaza.


Solo el ataque lanzado por los canadienses el 2 de noviembre permitió a la postre conquistar Passchendaele. Ahora bien, los alemanes continuaban en poder de las importantes ciudades portuarias en Zeebrugge y Ostende y, ni mucho menos, se había logrado el golpe decisivo que Haig pretendía.


Tanto las pérdidas alemanas como aliadas fueron espantosas, siendo Passchendaele una de las batallas más duras de la Primera Guerra Mundial y que más sufrimiento generaron entre los soldados. Incluso muchos años después de la batalla, los agricultores han desenterrado los restos de numerosos combatientes.


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