Llegado abril de 1943, Oppenheimer viajó al apartado enclave de Los Álamos, en Nuevo México. Como parte del Proyecto Manhattan, el plan estadounidense para crear una bomba atómica, Los Álamos contaba con unos laboratorios secretos para trabajar en el desarrollo de la bomba atómica.
Instalaciones de Los Álamos, el laboratorio secreto en el que se gestó el Proyecto Manhattan.
Si bien Oppenheimer fue decisivo en el Proyecto Manhattan, no contaba con el acceso a información reservada, pues la inteligencia militar temía que Oppenheimer tuviese algún tipo de relación con los soviéticos.
De hecho, un oficial de inteligencia llegó a acusar a Oppenheimer de intentar proporcionar información sobre el Proyecto Manhattan a los soviéticos. Dichas sospechas se basaban en que la mujer y el hermano de Oppenheimer habían estado afiliados al Partido Comunista.
Si bien Oppenheimer nunca había engrosado las filas del Partido Comunista, si que había mantenido contactos con simpatizantes comunistas que marcharon a combatir en la guerra civil española. Asimismo, Oppenheimer aborrecía el fascismo y había colaborado para ayudar escapar a parientes y científicos de las garras del Tercer Reich de Hitler.
Robert Julius Oppenheimer, el científico estadounidense que contribuyó de manera decisiva en la creación de la bomba atómica.
Oppenheimer mantuvo contactos con Steve Nelson, a quien conoció en 1940. Nelson era un veterano que había combatido en las Brigadas Internacionales en la guerra civil española. Steve Nelson era un dirigente comunista que trabajaba para el agente soviético Peter Ivanov. En vista de ello, el FBI espió las comunicaciones de Ivanov, lo que condujo a relacionarle con Oppenheimer.
El propio Oppenheimer fue interrogado por el oficial de contraespionaje Boris Pash. Oppenheimer fue presionado por Pash con respecto a lo ocurrido en 1943 en su casa de Berkeley no mucho antes de incorporarse a su trabajo en las instalaciones secretas de Los Álamos. Por lo visto, el científico británico George Eltenton dijo a Oppenheimer estaba dispuesto a revelar información secreta al agente soviético Peter Ivanov. Oppenheimer, que se negaba a filtrar información sobre el proyecto nuclear estadounidense, replicó que aquello implicaba cometer un acto de alta traición.
Sin embargo, durante el interrogatorio, Oppenheimer rechazó desvelar el nombre del científico en cuestión. Las respuestas esquivas y las negativas a contestar a ciertas preguntas provocaron desconfianza en Pash, quien propuso denegar el acceso a información secreta a Oppenheimer y despedirlo de su trabajo en Los Álamos.
Solo la intervención del general Leslie Groves evitó que Oppenheimer fuera despedido de su trabajo como director en el laboratorio de Los Álamos. Groves consideraba que solo Oppenheimer podría llevar a cabo un trabajo tan decisivo al tiempo que coordinaba el trabajo de un grupo de brillantes científicos. Por su parte, el capitán John Lash, que trabajaba como oficial de seguridad en Los Álamos, señaló que no creía que Oppenheimer fuese comunista.
Si bien Oppenheimer amaba a su país, no parecía demasiado dispuesto a revelar los nombres de sus colegas científicos. Oppenheimer solo desveló el nombre del comunista Haakon Chevalier cuando el general Groves reprobó al teniente coronel Pash y le consiguió acceso a información reservada.
A la izquierda el general Groves y a la derecha Oppenheimer.
Gracias a la providencial intervención del general Groves, Oppenheimer dispuso de una gran autonomía para poder desarrollar las investigaciones del Proyecto Manhattan.
Sin duda, Groves era un oficial más que capaz para el Proyecto Manhattan, pero también era ambicioso y cruel a la hora de afrontar los problemas. En este sentido, el teniente coronel Kenneth Nichols definió textualmente a Groves como el mayor hijo de puta que había conocido, pero uno de los tipos más capaces.
El general Leslie Groves.
Mientras tanto, los aliados permanecían alerta con respecto a los planes nucleares alemanes. En este sentido, el científico Leo Slizard advirtió por carta al presidente Roosevelt de que pronto sería posible conseguir “una reacción nuclear en cadena en una gran masa de uranio”. Dicho descubrimiento podría llevar a la fabricación de una bomba atómica capaz de arrasar una ciudad por completo. De ahí el riesgo que representaba una Alemania nazi provista de armamento nuclear.
Oppenheimer y su equipo se afanaban por lograr la creación de un arma atómica antes que los nazis. Bien es cierto que los sabotajes de la planta de agua pesada de Vemork en Noruega en febrero de 1943 contribuyeron a retrasar el programa nuclear alemán.
La planta de producción de agua pesada de Vemork, saboteada por los aliados en 1943.
Otro aspecto a tener en cuenta en el programa nuclear alemán eran los bombardeos que asolaban las instalaciones alemanas y la escasez de científicos de gran prestigio en el campo nuclear. Heisenberg sería uno de los pocos y destacados científicos nucleares de renombre que prestaron servicio al Tercer Reich. Asimismo, Alemania jugaba en desventaja, pues había destinado menos recursos al desarrollo de la bomba atómica frente a los más de 2.000 millones de dólares gastados por Estados Unidos y las 130.000 personas que participaban en el desarrollo de la bomba atómica.
Pero, la creación del arma atómica traía consigo importantes reparos morales. Si dichas armas se utilizaban para derrotar a Japón y Alemania, surgiría un muy peligroso precedente que podía tener influencia en futuros conflictos.
El físico danés Niels Bohr, que no había tomado parte en el Proyecto Manhattan, pero sabía el poder de destrucción que podían alcanzar las bombas atómicas, propuso al primer ministro británico Churchill en 1944 informar a los soviéticos y cooperar entre las naciones en el control de dichas armas. Churchill no se mostraba partidario de desvelar secretos nucleares a Stalin. Por su parte, Bohr, también se reunió con el presidente Roosevelt, quien recibió más favorablemente sus ideas, aunque insistió en mantener en secreto el desarrollo de las armas nucleares hasta que estuvieran listas para ser usadas.
Tal era el secretismo en la Administración estadounidense que ni el vicepresidente Truman sabía de las bombas atómicas. Solo cuando Roosevelt falleció y Truman asumió la presidencia, se le informó del Proyecto Manhattan. Truman veía en la bomba atómica una nueva arma capaz de doblegar la feroz resistencia japonesa y un secreto que debía ocultar a toda costa a los soviéticos.
La bomba atómica representaba para Truman el final de la guerra, pero, otros, como el Secretario de Guerra Henry Stimnson, temían que la detonación de armas nucleares en Japón dañasen seriamente el prestigio de Estados Unidos. Reducir a cenizas ciudades enteras era una cuestión que provocaba mucho más que remordimientos.
Se rechazaron ciudades como Kioto por su valor histórico y cultural. Por el contrario, el holocausto debía recaer sobre Hiroshima, una ciudad lo suficientemente grande como para provocar una terrible conmoción. Sin embargo, incluso entre quienes crearon la bomba atómica, había quienes se mostraban reacios a lanzarla sobre ciudades.
Mientras la Alemania nazi se derrumbaba, Oppenheimer y sus hombres ya disponían del combustible necesario para sus bombas atómicas. Así, dispondrían de la bomba de uranio Little Boy y de la bomba de plutonio Fat Man. El 16 de julio de 1945, tuvo lugar la primera prueba nuclear de la historia en el desierto de Nuevo México. El propio Oppenheimer, que presenció la prueba nuclear dijo citando textos hindúes: Ahora me he convertido en muerte, el destructor de mundos.”
Oppenheimer y el general Groves, tras presenciar la prueba Trinity, el primer ensayo de la historia con armas nucleares.
Finalmente, Stalin fue informado de la existencia de una bomba dotada de un poder destructivo como nunca se había visto. Stalin señaló respecto a la bomba atómica que esperaba que “se hiciese un buen uso contra los japoneses”. Las informaciones que los espías soviéticos le habían transmitido sus espías sobre lo que ocurría en Los Álamos eran ciertas. Más aún, la Unión Soviética ya había puesto en marcha su propio programa nuclear.
Con las sangrientas batallas de Iwo Jima y Okinawa aún recientes, parecía difícil pensar en una rendición incondicional japonesa. El siguiente paso era la invasión del Japón metropolitano y Gran Bretaña, Rusia y Estados Unidos habían acordado la rendición incondicional de Japón en la conferencia de Potsdam.
El 6 de agosto de 1945 cayó la devastación sobre la ciudad de Hiroshima. El 9 de agosto de 1945, tres días después del bombardeo atómico de Hiroshima, la ciudad de Nagasaki sufrió idéntico destino. Las ciudades fueron arrasadas, quienes no murieron por la explosión fallecieron en los días siguientes a causa de los efectos de la radiación. Entre los oficiales estadounidenses hubo quienes, como el mismísimo general Groves, trataron de negar las atroces consecuencias provocadas por la radiación.
Bombardeo atómico de Nagasaki, 9 de agosto de 1945.
Ante la destrucción provocada por las bombas atómicas, Japón terminó por capitular, escribiéndose así el capítulo final de la Segunda Guerra Mundial. El mundo se adentraba en una nueva época de tensiones políticas y militares: la guerra fría.
Oppenheimer se reunió con el presidente Truman para advertirle de los peligros de una nueva era nuclear. Era necesario alcanzar acuerdos con la Unión Soviética y con las demás potencias nucleares para evitar la aniquilación mundial. Por ello, Oppenheimer incidió en que era imperativo un fuerte control internacional del armamento nuclear.
Sin embargo, la rivalidad con la Unión Soviética, que logró crear su propia bomba atómica y efectuar una nuclear exitosa en 1949, hizo que quedaran olvidadas las propuestas de Oppenheimer y otros científicos que abogaban por acuerdos internacionales en lo que a armamento nuclear se refería.
Oppenheimer dejó su puesto como director en las instalaciones de Los Álamos y pasó a ser presidente del comité asesor para la Comisión de la Energía Atómica. En 1949, el comité que presidía Oppenheimer declaró en un informe que era contrario a la creación de la bomba de hidrógeno.
Pero el presidente Truman optó por proseguir con el desarrollo de toda clase de armas atómicas, puesto que el enemigo, también podía poseerlas. Todo ello implicaba dar luz verde a la producción de la bomba de hidrógeno.
Oppenheimer se opuso con determinación a la creación de la bomba de hidrógeno. Frente a él tenía a Lewis Strauss, un influyente miembro de la Comisión de la Energía Atómica que defendía a ultranza la bomba de hidrógeno. En 1953, Strauss, que estaba enemistado con Oppenheimer, decidió que era el momento de acabar con el papel de Oppenheimer como asesor en política nuclear.
Strauss jura su cargo para tomar las riendas de la Comisión de la Energía Atómica.
Sometido a audiencia en 1954, dos de los tres magistrados determinaron que Oppenheimer ponía en peligro la seguridad nacional de los Estados Unidos. De este modo, tras un polémico veredicto, Oppenheimer dejó de ostentar cargos relevantes en materia nuclear.