A finales de 1940 los estragos que causaban los alemanes en los convoyes aliados en el Atlántico empezaban a hacerse notar. Sin embargo, el almirante Raeder, de la Kriegsmarine, creía que era el momento de ejercer una presión más asfixiante sobre los británicos. Así pues, se decidió atacar las rutas comerciales británicas con barcos de superficie. Fue entonces cuando entraron en liza los cruceros Scharnost y Gneisenau, el Prinz Eugen y el temible acorazado Bismarck.