Eddie Slovik fue un chico muy problemático en su juventud, que tras alistarse en el Ejército fue destinado a la 28º División de Infantería y posteriormente fue enviado al frente en agosto de 1944. La unidad de Slovik sufrió un bombardeo de artillería. Es sabido el tremendo desgaste que provoca el fuego de artillería en la moral. Los disparos de los cañones no solo causan muertos, si no que también erosionan el estado de ánimo de los combatientes. Tal fue el impacto que causó el fuego de artillería en Slovik que decidió desertar.

Tras permanecer varias semanas con una unidad canadiense, Slovik fue arrestado en octubre de 1944. Se le ofreció una amnistía por su deserción a cambio de volver al frente. Slovik declinó la oferta respondiendo que si debía regresar al frente, volvería a huir. El 11 de noviembre de 1944 un consejo de guerra declaró culpable a Slovik y le condenó a pena de muerte. Slovik apeló al general Eisenhower a través de una carta, sin embargo, el comandante en jefe de las tropas aliadas en Europa ratificó la ejecución.

Los soldados del 109º Regimiento de la 28º División de Infantería, la unidad a la que pertenecía Slovik, fueron los encargados de ejecutar el fusilamiento el 31 de enero de 1945. Desde 1864, ningún soldado estadounidense había sido ejecutado por deserción.

Más allá de la trágica historia de Slovik, es cierto que hubo hombres que desertaron por cobardía, pero muchos abandonaron su puesto en el frente por fatiga de batalla, un motivo que muchos generales de la Segunda Guerra Mundial ignoraron o no quisieron comprender. Buena parte de los casos de deserción hubieran podido subsanarse con la debida atención psiquiátrica a los soldados que padecían estrés postraumático. Para profundizar en esta cuestión recomiendo leer el libro "Desertores" de Charles Glass.