El objetivo de los rangers: una batería de 6 cañones de ciento cincuenta y cinco milímetros capaz de disparar sobre las playas Utah y Omaha. Es imperativo neutralizar esos cañones para garantizar el éxito del desembarco de Normandía. Al mando de los soldados del 2º Batallón Ranger se encuentra el teniente coronel James Earl Rudder. Esa mañana, en el gigantesco rompecabezas que es el Día-D, la misión de sus rangers es crucial.
Mientras se aproximan, el contorno de los acantilados se perfila recortado contra el cielo. Los rangers se han desviado hasta el barranco de Pointe-de-la-Percée. El teniente coronel Rudder, percatándose del fatal contratiempo, persuade al timonel para virar hacia la derecha, rumbo a Pointe du Hoc.
Mientras las lanchas LCA, blindadas con paneles de acero, azotadas por las olas, avanzan lentamente, los soldados de la guarnición alemana, ven en la inmensidad del mar diminutos puntos grises sucedidos por estelas de espuma. Los defensores alemanes, consistentes en elementos del 916º Regimiento de la 352ª División son puestos en alerta.
Las embarcaciones que transportan a los estadounidenses comienzan a recibir un nutrido fuego procedente de los acantilados. Los destellos desgarran el aire y los disparos producen un tintineo metálico al impactar contra la superficie metálica de las LCA.
Pese a la tormenta de plomo, la fuerza ranger consigue acercarse a la estrecha franja de guijarros que precede a la pared de arenisca de 30 metros de altura que deben escalar. Con el corazón desbocado, los rangers salen de sus lanchas hacia los acantilados. Los garfios salen proyectados de unos artefactos que son capaces de propulsarlos hasta la cima del barranco. Sin embargo, hay garfios, cuyas cuerdas, demasiado pesadas al estar empapadas, no han podido quedar ancladas en la superficie de la cima. Pese a todo, los rangers comienzan a trepar por las cuerdas y a ascender por las escaleras.
En la angosta franja de guijarros, los rangers proporcionan cobertura a los escaladores. Mientras tanto, los alemanes les disparan desde arriba e incluso consiguen cortar algunas cuerdas. Tras una agónica ascensión por los traicioneros acantilados, los estadounidenses logran coronar el barranco.
Al llegar a la cima, los rangers logran abrirse camino, asaltando la red de búnkeres, casamatas y trincheras de Pointe du Hoc. El asalto es encarnizado y los estadounidenses recurren al fuego naval. Los destructores Saterlee y Tallybont, desde las gélidas aguas del Canal de la Mancha comienzan a escupir un diluvio de proyectiles para silenciar los blocaos alemanes. La Armada brinda un decisivo apoyo a los rangers, pero uno de los proyectiles navales se queda corto e impacta en el puesto de mando de Rudder, matando al capitán Harwood, hiriendo al teniente Norton y haciendo salir despedido al propio Rudder.
Milagrosamente, Rudder, el comandante de la fuerza de asalto ha logrado sobrevivir al fuego amigo. Los rangers envían la señal “alabad al Señor”, pero han llegado demasiado tarde y las restantes compañías del 2º Batallón y el 5º Batallón Ranger ya han sido enviadas a la playa Omaha.
Los estadounidenses continúan abriéndose camino y la decepción les embarga cuando constatan que los cañones no se encuentran en el promontorio. ¡Tanto sacrificio para nada!
El pelotón del sargento Lomell se interna tierra adentro y las huellas de ruedas sobre un camino de tierra que encuentran son una prometedora pista. Siguiendo el rastro, terminan dando con los cañones, bien camuflados y rodeados de pilas de proyectiles. Rápidamente, los rangers recurren a sus granadas termita para inutilizar las piezas de artillería. Los hombres de Rudder han cumplido su misión.
Posteriormente, los rangers se atrincheran en Pointe du Hoc y permanecen a la espera de refuerzos, sin embargo, reciben la decepcionante noticia de que no hay refuerzos disponibles, por lo que deberán mantener su precaria posición en solitario. Lentamente, un goteo de hombres se va sumando a las tropas de Rudder: tres paracaidistas de la 101ª División Aerotransportada y 23 rangers del teniente Charles Parker, que han conseguido atravesar las líneas alemanas saliendo desde la playa Omaha.
Pero los combates no habían terminado en Pointe du Hoc. Al anochecer, los rangers tuvieron que soportar un contraataque alemán. Al finalizar el Día-D de los 225 rangers, solo quedaban 90 hombres en condiciones de combatir.
El relevo de los hombres de Rudder tardó en llegar, pues las tropas desembarcadas en la playa Omaha, que debían enlazar con el 2º Batallón Ranger en Pointe du Hoc, encontraron una fortísima resistencia. Rudder y sus muchachos, asediados, tuvieron que resistir varios contraataques hasta que dos jornadas después, llegaron los tan esperados refuerzos.
El épico y sangriento ataque de los rangers a Pointe du Hoc había sido una importante contribución que había resultado clave en el éxito del Día-D. Después de la guerra, Rudder visitó Pointe du Hoc acompañado por su hijo de 14 años y el periodista Wilfred Charles Heinz (de la revista Collier’s). Un estupefacto Heinz le preguntó si era posible que le explicasen cómo lo habían conseguido.