La destrucción y las muertes provocadas por las bombas atómicas en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki terminaron por forzar la rendición japonesa. El 15 de agosto de 1945, los nipones escucharon al emperador Hirohito dirigiéndose a la nación con su característica voz aflautada. Pese a evitar pronunciar palabras como rendición, Hirohito habló de “soportar lo insoportable” y “aguantar lo inaguantable”.