Una medida de prevención era el preservativo, pero a partir de 1943, las fuerzas aliadas fueron más allá y el uso de la penicilina fue clave en el control de esta clase de enfermedades. Muchas bajas eran fruto de enfermedades de transmisión sexual como la sífilis o la gonorrea, causadas por la falta de prevención.
Antes de que se desarrollasen los antibióticos, se empleaban derivados del arsénico, aunque con dudosa eficacia. Sin embargo, la invención de la penicilina supuso un avance revolucionario y de gran eficacia.
Dos enfermedades de transmisión sexual eran los mayores enemigos de los aliados fuera de los campos de batalla: la sífilis y la gonorrea. La sífilis precisa de un tiempo de incubación de 21 días y puede provocar graves lesiones en órganos internos o incluso causar la muerte si no se ataja de manera correcta. Por otro lado, la gonorrea es una enfermedad venérea ocasionada por una bacteria que produce uretritis aguda. Si la uretritis aguda se agrava puede conllevar lesiones internas.
La penicilina fue un avance decisivo en el campo de la medicina y los aliados fueron afortunados de ser los únicos en poder disponer de ella durante la Segunda Guerra Mundial. Bien es cierto que los alemanes en 1935 tenían la sulfamida, pero los británicos les superaron con el desarrollo de los antibióticos.
Todo comenzó en 1928, cuando el científico británico Alexander Fleming descubrió el hongo contaminante Penicillium, que tenía la capacidad de inhibir el crecimiento de una serie de bacterias. Posteriormente, Fleming se encargó de intentar aislar dicha sustancia. Ya en 1939 Ernst Boris Chain y Howard Walter Florey lograron probar la efectividad de la penicilina y en 1942 se llevó a cabo el primer tratamiento con éxito con penicilina. Este tratamiento se aplicó a una sepsis por estreptococo.
Tal era la importancia de la penicilina durante la Segunda Guerra Mundial, que Estados Unidos consiguió producir un total de 2,3 millones de dosis solo para el desembarco de Normandía.