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La batalla por el cerro sangriento en Guadalcanal

Desde la remota isla de Guadalcanal, los japoneses amenazaban las rutas de suministros de Estados Unidos con Australia y Nueva Zelanda. Para neutralizar el peligro que suponía la presencia nipona en Guadalcanal, el 7 de agosto de 1942 desembarcó la 1ª División de Marines de los Estados Unidos.

Los infantes de marina estadounidenses no encontraron oposición en las playas, por lo que avanzaron tierra adentro. Al día siguiente, los marines tomaron el aeródromo, sin embargo, la situación comenzó a deteriorarse la noche del 8 de agosto, cuando el almirante Fletcher ordenó a sus portaaviones que se retirasen.


Los japoneses, con una fuerza compuesta por cruceros y destructores, aprovecharon la ocasión, atacaron e infligieron graves pérdidas a las fuerzas navales aliadas. La tarde del 9 de agosto, la armada que debía abastecer a los marines se retiró sin haber desembarcado todos los pertrechos. La 1ª División de Marines había quedado abandonada a su suerte en Guadalcanal.


En las siguientes semanas, los japoneses, tratando de aniquilar a los estadounidenses, atacaron el reducido perímetro de los marines. Una de las batallas más duras se libró en el cerro sangriento.


El general de división Kawaguchi, con 3.000 soldados, se lanzó contra el aeródromo de Henderson. Sin embargo, en su camino se oponía un batallón de raiders y otro batallón de paracaidistas. Estos aproximadamente 700 hombres habían establecido posiciones defensivas en un cerro de 1,6 kilómetros que se erigía sobre la jungla. Al mando de la defensa del cerro sangriento se encontraba el teniente coronel Merritt Edson.


La ofensiva nipona comenzó la noche del 12 de septiembre de 1942. El asalto de la infantería nipona fue precedido por el bombardeo de los buques de la Armada Imperial. Los raiders permanecían instalados en la ladera occidental, mientras que los paracaidistas se habían desplegado en la parte oriental. Para contener el ataque japonés habían cavado trincheras y erigido alambradas. Los morteros y las ametralladoras contribuirían junto con fusiles y granadas a repeler a los japoneses.


Los raiders combatieron entre el cerro y el río Lunga, enfrentándose a las patrullas que los japoneses trataban de infiltrar. El teniente coronel Edson, al percatarse de que sus raiders estaban a punto de ser rodeados, ordenó la retirada hacia la principal línea de defensa.


Los batallones nipones, comandados por Kawaguchi, cargaron repetidas veces contra el cerro, dejando un reguero de muertos en sus insistentes pero inútiles ofensivas. El fuego bien concentrado de los infantes de marina causó estragos en las filas japonesas, pues los japoneses perdieron más de 600 hombres durante las dos noches que duró la batalla por el cerro sangriento.


Las tropas de Edson, duramente presionadas por las enormes oleadas japonesas, se vieron forzadas a retirarse a su última línea de defensa durante la segunda noche. Unos 900 metros separaban a los japoneses del aeródromo de Henderson. El fuego de la artillería instalada en las proximidades del campo de aviación y la férrea resistencia de los marines lograron poner fin a los ataques japoneses.


Por su meritoria actuación en la defensa del cerro sangriento, el teniente coronel Edson fue condecorado con la Medalla de Honor del Congreso. Al igual que los hombres de Edson, los marines de Guadalcanal lograron mantener sus posiciones en los reiterados ataques nipones y a la postre, los estadounidenses se alzaron con la victoria. Con el triunfo de los marines en Guadalcanal, la guerra cambió de signo y desde ese momento, las fuerzas de los Estados Unidos comenzaron a avanzar de isla en isla, directos hacia Japón.

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