Erich Ludendorff había decidido jugarse su último cartucho en un gran ataque, pues los alemanes consideraban erróneamente que las tropas estadounidenses no podrían desplegarse a tiempo en Europa. Así pues, el 21 de marzo de 1918 comenzó la gran ofensiva germana, bautizada como Kaiserslacht. Con esta embestida, los alemanes pretendían lanzar al mar a las fuerzas británicas.
Los británicos tuvieron que soportar el peso de la acometida alemana, teniendo lugar entre Arras y la Frère. Los alemanes habían trasladado gran cantidad de hombres y cañones desde el ya extinto frente oriental. Un total de 37 divisiones de infantería, con el respaldo de 6.000 piezas de artillería, con 30 divisiones en reserva, se lanzaron contra 17 divisiones británicas, 5 divisiones de reserva y unos 2.500 cañones. Quedaba patente que la superioridad numérica alemana era manifiesta y que podían utilizarla para arrollar a los británicos.
Ofensiva alemana de primavera (1918).
Los cañones arrojaron gas y proyectiles de artillería sobre las trincheras británicas, y la infantería germana, partió tras aquella cortina. La avalancha alemana consiguió arrebatar a los británicos importantes extensiones de terreno. Con las defensas de St. Quentin siendo arrasadas, el 5º Ejército británico no tuvo más remedio que proceder a la retirada.
A medida que transcurría el tiempo, la situación aliada se deterioraba. Tan solo 15 kilómetros separaban a los alemanes del importante nexo de comunicaciones en la localidad francesa de Amiens. Para mayor desgracia de los aliados, los alemanes habían llegado a capturar unos 90.000 prisioneros.
El mariscal Erich Ludendorff, quien junto a Hinderburg, encabezó a las fuerzas militares alemanas en la Primera Guerra Mundial.
Con el 5º Ejército británico batiéndose en retirada, solo las tropas francesas podían cubrir la enorme brecha dejada entre Noyon y Montdidier. En el momento más catastrófico para los aliados, pusieron al mando al competente mariscal Foch para salvar la situación. El 3 de abril, Foch fue nombrado comandante supremo de las fuerzas aliadas.
El mariscal Ferdinand Foch, comandante en jefe de las fuerzas aliadas en la Primera Guerra Mundial.
Pero los alemanes no se detuvieron, y el 8 de abril, en la denominada batalla de Lys, se hicieron con un saliente que iba desde la localidad francesa de Lens hasta el sur de Ypres. Nuevamente, los franceses cubrieron el hueco dejado por los británicos.
Tras un mes en el que los alemanes se encargaron de hacerse fuertes en el territorio conquistado, el 27 de mayo, los alemanes arrollaron al 6º Ejército francés entre Soissons y Reims. Decenas de miles de prisioneros y numerosos cañones volvieron a caer en manos alemanas.
El panorama cada vez era más desalentador para los aliados. La artillería pesada alemana tenía París al alcance y el pánico llegó a cundir en la capital francesa. Fueron muchos los civiles franceses que, ante la proximidad de las tropas alemanas, decidieron abandonar la ciudad.
Alemania había puesto contra las cuerdas a los aliados, que estaban empleando todas sus reservas tratando de contener a las fuerzas germanas. Sin embargo, el hecho de sostener una ofensiva tan prolongada en el tiempo, había debilitado considerablemente a los ejércitos alemanes, que empezaban a dar muestras de agotamiento. Las enfermedades se extendían entre las tropas alemanas, los suministros empezaban a escasear y no había suficientes alimentos para los soldados.
A pesar de las ganancias territoriales conseguidas, la decisiva ofensiva que había buscado Ludendorff no había servido para alcanzar la victoria definitiva en la guerra.
El 15 de julio de 1918, los alemanes atacaron al sur y al este de Château Thierry. Al mariscal Foch no le quedó otra opción que emplear a las tropas estadounidenses, que carecían de experiencia de combate. Así, los norteamericanos se desempeñaron con gran valor. Mientras tanto, los franceses lograron resistir.
Las tácticas del general Pétain empezaron a dar sus frutos. Los aliados dejaban caer las posiciones más adelantadas y, cuando los alemanes estaban demasiado adelantados, sin el respaldo de sus cañones, los aliados pasaban al contraataque.
Finalmente, franceses y estadounidenses lograron una decisiva victoria en lo que se conoció como la segunda batalla del Marne. La moral alemana se resquebrajó y, desde ese momento, los aliados llevaban la iniciativa.
Después, el 4º Ejército británico recobró el saliente alemán en Picardía. Estamos hablando de la ofensiva de Amiens u ofensiva de los cien días, que comenzó el 8 de agosto de 1918. Cabe destacar los notables progresos logrados por las tropas australianas y canadienses, que, de manera fulgurante, lograron ganar 11 kilómetros de terreno.
Los exhaustos soldados alemanes no estaban en condiciones de frenar un ataque tan arrollador. En tan solo un día, los alemanes habían perdido alrededor de 300 kilómetros cuadrados de terreno. El propio Ludendorff se refirió a una jornada tan aciaga para Alemania como “el día negro del ejército alemán”.
Soldados alemanes hechos prisioneros durante la ofensiva de los cien días (1918).
Ludendorff era consciente de que Alemania no podía continuar librando batallas ofensivas, todo lo que podían hacer era permanecer a la defensiva. Por su parte, los británicos habían logrado importantes triunfos gracias al uso de tanques y a que habían conseguido sacar partido del elemento sorpresa en sus ataques.
Confiando en una gran victoria sobre los ejércitos alemanes, el mariscal Foch preparó una gran ofensiva general en todo el frente. La victoria final de los aliados en la Primera Guerra Mundial era inminente, pues Alemania no podía continuar resistiendo durante mucho más tiempo.