Corría junio de 1940 y el ejército británico se retiraba de la Europa continental por Dunkerque. Había faltado poco para que la implacable maquinaria de la Wehrmacht aniquilase a la Fuerza Expedicionaria Británica. A pesar de la exitosa evacuación, la situación era dramática para Gran Bretaña. Francia no tardaría mucho en caer y los británicos se presentaban como el último baluarte ante el Tercer Reich de Hitler.
Uno de los hombres más destacados en el espionaje y en los cuerpos de élite fue el teniente coronel Dudley Clarke. Clarke, reflexionando sobre la historia militar se percató de dos experiencias que le resultarían de gran valor. La primera de ella eran los guerrilleros españoles que combatieron a las fuerzas napoleónicas durante la guerra de la independencia (1808-1814). Estos guerrilleros libraron una lucha irregular contra los ejércitos napoleónicos, con pequeños pero contundentes golpes. Por otra parte, Clarke también se sintió atraído por la guerra de los Bóers, donde los colonos holandeses atacaban en pequeños grupos y se esfumaban con rapidez. De hecho, la denominación de comandos fue tomada del afrikáner.
Pues bien, vistos estos dos ejemplos, Clarke planteó una lucha irregular contra el enemigo nazi. La idea de un puñado de hombres golpeando rápidamente en las retaguardias alemanas llegó al propio primer ministro británico Winston Churchill, quien acogió la propuesta con gran entusiasmo. Así, Churchill presentó un memorando al gabinete de guerra que dio visto bueno a esta nueva fuerza de combate, creándose el Departamento MO-9, también denominado Servicio Especial.
Se tomaron hombres procedentes de las Compañías Independientes, bregados en los combates de Noruega y Churchill dio prioridad a los comandos a la hora de recibir armamento.
Con la idea de Clarke aprobada, urgía ponerse manos a la obra y preparar un primer golpe de mano que recibiría el nombre de Operación Collar. Para ello, 115 hombres debían cruzar el canal de la Mancha y dirigirse a Boulogne, sondear las defensas alemanas y hacer prisioneros. La fuerza de ataque fue transportada en 4 embarcaciones de rescate de la RAF para atacar en la noche del 24 de junio de 1940.
Una de las embarcaciones arribó a tierras francesas y los hombres, tras deambular por un terreno donde el enemigo brillaba por su ausencia, regresaron al bote y se retiraron. La segunda embarcación fue a parar a un embarcadero de hidroaviones enemigos. Ante la numerosa presencia enemiga optaron por regresar sin entablar combate. La tercera consiguió liquidar a dos guardias alemanes, aunque cometieron el error de no tomar su documentación para obtener información, regresando a casa con las manos vacías. Y la última y cuarta embarcación, que estuvo cerca de internarse en el fuertemente custodiado puerto de Boulogne, consiguió llegar a tierra. Sin embargo, tras mantener un tiroteo con unos soldados alemanes que iban en bicicleta, sufrieron un herido y tuvieron que retirarse.
Así, la Operación Collar terminaba con unos resultados claramente decepcionantes. Más aún, al regresar a Inglaterra, las embarcaciones no obtuvieron permiso para poder ingresar al puerto. Mientras esto sucedía, los soldados dieron cuenta del ron que había en los botiquines. Ese ron se empleaba para reanimar a los pilotos que habían caído en el mar. La imagen de los incursores, ebrios, fue simplemente lamentable y, fruto de su embriaguez, terminaron en el calabozo.
En vista de los numerosos errores de la primera incursión, había que hacer grandes cambios en los comandos. Debía ser una fuerza de élite, no un grupo de soldados desorganizados. A pesar del fracaso de la Operación Collar, se decidió dar una nueva oportunidad a la unidad.
El 14 de julio de 1940, en el marco de la Operación Ambassador, unos cien comandos, a bordo de lanchas de desembarco, ganaron la costa de la isla de Guernsey, bañada por las aguas del canal de la Mancha. Sin embargo, una de las lanchas terminó frente a los acantilados y los problemas mecánicos forzaron el regreso de otra embarcación. Finalmente, cuarenta hombres se internaron en la isla de Guernsey para atacar un cuartel y un aeródromo. Ambas instalaciones estaban abandonadas. La única destrucción que causaron fue el corte de un puñado de cables de telégrafo. La segunda incursión también había terminado en fiasco.
No obstante, pese a los primeros fracasos, llegarían éxitos para los comandos en tierras noruegas, como ocurrió en el asalto a las islas Lofoten o en el ataque a Vaagso. Más aún, protagonizarían gestas como el ataque al puerto de Saint-Nazaire o serían la única nota positiva del desembarco aliado en Dieppe. Con el paso del tiempo serían empleados como tropas de asalto, como sucedió en Sicilia, Normandía o en el cruce del Rin. En cualquier caso, este mítico cuerpo terminaría protagonizando notables hazañas bélicas y siendo reconocido como una de las unidades más emblemáticas de la Segunda Guerra Mundial.