Un ataque aéreo estaba descartado, pues el puerto estaba muy próximo a la ciudad y podían producirse bajas civiles. Por ello, se ideó una solución particularmente innovadora: atacar el puerto con comandos a bordo de canoas.
Al frente de la misión, denominada “Operación Frankton” estaría el mayor H.G. Hasler, que contaría con seis canoas de dos plazas cada una para su incursión. Hasler había entrenado duramente a sus hombres del Royal Marines Boom Patrol en el manejo de las canoas, natación, demoliciones y escalada.
Tras obtener la aprobación de lord Louis Moutbatten, Jefe de Operaciones Combinadas, Hasler y sus comandos embarcaron en el submarino HMS Tuna rumbo a las costas francesas. Sin duda alguna se trataba de una misión arriesgada, pues si eran capturados, los alemanes, siguiendo la denominada “Orden de los comandos” los ejecutarían.
Llegado el 7 de diciembre de 1942, a las 19:30 horas, el Tuna emergió. El mar estaba en calma, lo que permitía que Hasler y sus hombres comenzasen su incursión. Desgraciadamente, una de las canoas se enganchó con la abrazadera de la escotilla del submarino y se rasgó, lo que obligó a sus tripulantes a quedarse en el submarino.
Los comandos se hicieron a la mar. La corriente y los vientos eran fuertes. La fuerza de Hasler perdió otra canoa. Los marines que tripulaban la embarcación lograron llegar a nado hasta la costa. Sin embargo, estos dos hombres, Samuel Wallace y Robert Wallace, terminaron siendo capturados y ejecutados.
Mientras se aproximaban al estuario del Gironda, un nuevo desastre castigó a la fuerza de Hasler. La canoa Conger había volcado por las fuertes corrientes y era imposible reflotarla. Sheard y Moffat fueron rescatados por sus compañeros. Ante el sobrepeso que supone cargar con Sheard y Moffat y la fuerte corriente que les arrastra hasta el muelle de Le Verdon, donde se encontraban tres destructores alemanes, Hasler optó por abandonar a los dos hombres, que nadaron hasta llegar a tierra. Nunca más volverían a ver a Sheard y a Moffat.
En el horizonte lograron discernir las siluetas de tres destructores. Hasler ordenó tumbarse sobre el fondo de las canoas para no ser detectados. Sin embargo, al pasar bajo los pilotes de un muelle, un centinela descubrió una de las canoas. La embarcación bautizada con el nombre de Cuttlefish fue tiroteada, aunque sus ocupantes no fueron alcanzados. Los marines Conway y McKinnon lograron salir indemnes y durante cuatro días evitaron a las patrullas alemanas. Cuando trataban de cruzar la frontera española cayeron en manos alemanas y posteriormente fueron ejecutados.
Ajenos al destino de sus compañeros de armas, los marines de Hasler navegaron 36 kilómetros y tras ocultar sus botes entre los arbustos, descansaron en una zona próxima a Burdeos-Merignac. A la mañana siguiente, unos pescadores descubrieron a los británicos, pero tras conversar con Hasler, los franceses prometieron no revelar la presencia de los comandos.
Reemprendieron la travesía, llegando hasta Port en Calogne, donde encontraron un segundo escondite. Nuevamente se toparon con un francés que paseaba a su perro y que también prometió guardar silencio. Poco después, los británicos reanudaron la marcha. El ruido y las vibraciones de un motor alertaron a Hasler y sus muchachos. Se trataba de una patrullera alemana. Los marines se escondieron entre los juncos, logrando burlar la vigilancia de la embarcación enemiga.
Mientras tanto, los alemanes, puestos sobre aviso tras detectar al submarino Tuna y por la captura de los marines Wallace y Ewart, patrullaban el Gironda. Así pues, los comandos aprovecharon para esconderse en la isla deshabitada de Saint Julien, donde pasaron totalmente inadvertidos.
Al día siguiente llegaron a las proximidades de la Île de Cazeau, pero el mayor Hasler les disuadió de desembarcar al percatarse de que estaban cerca de una posición antiaérea de la Luftwaffe. Los comandos se escondieron entre los juncos, pero llamaron la atención de unas vacas y por consiguiente de un centinela alemán que no logró descubrirlos.
Al anochecer recorrieron el último tramo de su extenuante y tensa travesía. Descansaron en la población de Bassens, que estaba próxima al puerto de Burdeos y se prepararon para atacar su objetivo.
La noche del 11 de diciembre, tras poner a punto los artefactos explosivos, los marines británicos se oscurecieron el rostro con grasa y remaron en dirección al puerto. Hasler y Sparks, sin ser descubiertos, se las arreglaron para minar tres buques mercantes. Su cuarto objetivo fue un barco Sperrbrecher, que había sido modificado para ser utilizado como dragaminas. Ambos marines sufrieron un vuelco al corazón cuando un marino alemán que portaba una lámpara apareció en la oscuridad. Mientras contemplaban el haz de luz y escuchaban los pasos del alemán, los minutos se les hacían eternos. Por fortuna, el centinela, terminó desistiendo.
Mientras tanto, sus compañeros se habían encargado de minar un carguero y un transatlántico. Una vez colocados los explosivos, las dotaciones de ambas canoas procedieron a retirarse y tras navegar juntas un trecho, se separaron.
La mañana del 12 de diciembre de 1942, las minas magnéticas adosadas a los buques hicieron explosión en el puerto de Burdeos. Cuatro buques se fueron a pique y una barcaza y un petrolero sufrieron graves daños.
Los marines Laver y Mills, atravesaron los campos franceses tratando de alcanzar la frontera española, pero fueron apresados por los alemanes cerca de Montlieu. Estos dos comandos tuvieron un trágico final, pues cumpliendo con la “Orden de los comandos” fueron fusilados.
Hasler y Sparks tuvieron más suerte al conseguir establecer contacto con miembros de la resistencia francesa en una taberna. Posteriormente dejaron Francia, llegando a España a través de los Pirineos y alcanzando Gibraltar en abril de 1943. Una vez en Gibraltar, emprendieron el viaje de regreso a Gran Bretaña.
Informe sobre la Operación Frankton.