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Sobreviviendo a la jungla de Birmania en la Segunda Guerra Mundial

Para los hombres del 14º Ejército que combatió en Birmania, los japoneses no fueron el único enemigo. El rigor de la jungla, las enfermedades, las serpientes, los insectos y la falta de alimento pusieron a prueba su resistencia física y mental.

En el olvidado frente birmano, el terreno era verdaderamente inhóspito, impenetrable incluso. Los desniveles de terreno, las colinas, montañas, ríos y la maleza hacían muy difícil transitar a través de la jungla. Así, el manual del Ejército Indio de la Segunda Guerra Mundial distinguía tres clases de selva:

-Delgada: se podía atravesar fácilmente.

-Gruesa: se requiere un palo para apartar la maleza y poder abrirse camino.

-Densa: la vegetación y, en especial, la maleza es tan frondosa que es imprescindible disponer de un machete con el que cortarla para poder avanzar.

En las zonas con una vegetación más densa, el avance se tornaba terriblemente lento, hasta tal punto que una velocidad de 1,5 kilómetros por hora se valoraba como una buena progresión. De hecho, había puntos en los que la selva era tan impenetrable que podían perderse columnas enteras. No era extraño que los hombres quedasen descolgados y terminasen desorientándose.

Patrulla británica en Birmania.

 

Entre semejante infierno verde, las enfermedades eran uno de los grandes peligros para el soldado. La malaria, la disentería, la fiebre amarilla, la anemia tropical y la disentería eran las más habituales. Sin embargo, entre las enfermedades más temidas se encontraba una cepa en particular denominada malaria cerebral, que podía resultar mortal.

Como medida de prevención ante la malaria, las fuerzas aliadas en Birmania iban provistas de quinina y mepacrina. A pesar de que se había demostrado que la mepacrina tenía una importante efectividad contra la malaria, ciertos soldados aliados prefirieron no ingerir las pastillas de mepacrina. Y es que, esta minoría de soldados hicieron caso de los bulos que difundía la propaganda nipona, que advertía de que la mepacrina provocaba impotencia.

No todo eran enfermedades tropicales, pues un simple corte al afeitarse, una rozadura o un arañazo podían terminar en dolorosas laceraciones, problemas cutáneos, úlceras o infecciones.

Pese a que los aliados disponían de una logística muy superior a la de los japoneses, las raciones no siempre resultaban suficientes para cubrir las necesidades nutricionales de un soldado que luchaba en un terreno tan exigente como la jungla. Por ello, muchas veces, los soldados aliados se valían del trueque para obtener de los lugareños (llamados nagas) los alimentos que necesitaban (arroz, pollos, cerdos).

En cuanto a las raciones, los aliados disponían de carne y verduras enlatada, fruta enlatada, huevos, té, galletas, queso, azúcar, pasas y leche en polvo. En cuanto a los gurkhas, por razones de índole religiosa, no comían carne de vacuno. No obstante, si era preciso, podían recurrir a la propia jungla para alimentarse. Así, podían incluirse en el menú serpientes, ranas, lagartijas, palomas, raíces y plantas.

Tropas de los Chindit cocinando en la jungla birmana.

 

También debían tener cuidado a la hora de cocinar en la selva, pues el enemigo podía detectarles al oler el hedor de la comida. Más aún, los japoneses podían detectar a los soldados aliados a cierta distancia por el aroma que desprendía el tabaco.

Al problema que representaba la malnutrición había que añadir el peligro que entrañaban las alimañas que poblaban las selvas birmanas. Serpientes, arañas, escorpiones, ciempiés venenosos y hormigas rojas y blancas capaces de causar molestas picaduras. Igualmente peligroso era adentrarse en tierras pantanosas y ríos. Las sanguijuelas podían adherirse a la piel, llegando incluso a causar úlceras. Ahora bien, los soldados aliados se deshacían de las molestas sanguijuelas quemándolas con encendedores y cigarrillos o utilizando sal.

Maniobrar en la jungla es complicado, sobre todo en un país como Birmania, con un relieve complejo y una precaria red de carreteras. Por ello, el transporte de provisiones y armamentos por vía aérea resultó determinante en la campaña birmana.

Aviones C47 aprovisionan a las fuerzas aliadas en Birmania.

 

Por tierra, cabe destacar el papel de los animales de carga como bueyes, mulas y elefantes. Una mula podía cargar hasta 70 kilos, pero era fundamental que los soldados se ocupasen de sus cuidados, poniéndoles correctamente los arreos y evitando sobrecargarlas. También los elefantes se revelarían útiles como bestias de carga, aunque los aliados los encontraron de gran utilidad en la construcción de puentes. Gracias a su robustez, eran capaz de levantar pesados troncos con su trompa. De hecho, la contribución de los elefantes permitió a los aliados erigir unos 270 puentes en Birmania.

Los Chindit se sirven de una mula para transportar sus pertrechos.

 

 

 

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