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Histeria en la retaguardia aliada

El contraataque alemán en las Ardenas no solo causó pánico en el frente, sino también en alejadas zonas de retaguardia como París. Mientras, en los primeros días de la contraofensiva germana huían despavoridos los soldados estadounidenses, la histeria y los rumores se extendían por la retaguardia.

Como parte de la Operación Greif, los comandos de Skorzeny, debían hacerse pasar por soldados estadounidenses, llevar a cabo sabotajes y sembrar el desconcierto en las líneas aliadas. Uno de estos hombres, capturado por los estadounidenses, era el cabo Wilhelm Schmidt. Tras ser interrogado por los norteamericanos respondió que tenían por objetivo atentar contra cuarteles generales y personal del Estado Mayor, diciendo incluso que iban a matar al general Eisenhower, comandante en jefe de las fuerzas aliadas.

El coronel Gordon Sheen, responsable de la contrainteligencia del general Eisenhower dio credibilidad al testimonio de Schmidt. Inmediatamente, la seguridad de Eisenhower se reforzó de manera exagerada, llegando incluso a estar protegido por un batallón de policías militares. El temor a que Eisenhower fuese asesinado llevó a emplear al coronel Baldwin B. Smith como doble del propio general. Entre el 20 y el 26 de diciembre de 1944, Eisenhower permanecía prácticamente cautivo en su cuartel, alejado de los procesos de toma de decisiones mientras los soldados estadounidenses pasaban por una situación límite en las Ardenas.

Carros de combate y alambre de espino rodeaban el cuartel general de Eisenhower. El sistema de pases se tornó algo de lo que podía depender la vida y la muerte. Incluso el ruido de los motores de un vehículo podía poner a todos de los nervios, deteniendo el trabajo en las oficinas y con todo el mundo preguntando por el estado de Eisenhower.

Los guardias vigilaban desde la azotea y Kay Summersby, secretaria y amante de Eisenhower se sentía aterrorizada al imaginar a Eisenhower asesinado por hombres de las SS. El propio Eisenhower, estrechamente custodiado, se hartó de la excesiva seguridad. Hastiado, Eisenhower dijo que tenía que salir y cuando lo hizo, fue escoltado toda una compañía de la policía militar fuertemente armada que lanzaba miradas de desconfianza.

La histeria trascendió más allá del cuartel general aliado y se extendió por toda la ciudad de París, donde se instauró un estricto toque de queda. Por otra parte, los soldados norteamericanos que estaban de permiso en París fueron movilizados.

También mantuvieron preparada una emboscada permanente en el Café de la Paix, puesto que creyeron el bulo de que Skorzeny iba a reunirse con asesinos en aquel establecimiento. De hecho, Skorzeny pasó a ser el gran enemigo público. Y es que, temían que el hombre que había rescatado a Mussolini, terminase asesinando a Eisenhower.

Otro ejemplo de la histeria que sembraron los hombres de Skorzeny fue el control al que tuvo que someterse el general Bruce Clarke mientras acudía a St. Vith. El 20 de diciembre, fue arrestado por dos policías militares que insistían que era un infiltrado alemán. Con el tiempo corriendo en contra de los norteamericanos que combatían en St. Vith, el general Clarke fue arrestado durante cinco horas. Finalmente, los prebostes liberaron al furibundo Clarke y uno de ellos le pidió un autógrafo que Clarke le concedió.

También el general Bradley fue objeto de este tipo de controles. Los soldados, con desconfianza, le preguntaban por la capital del estado de Illinois esperando que respondiera Chicago cuando en realidad era Springfield. También tuvo que responder a preguntas de fútbol americano o contestar el nombre del esposo de Betty Grable.

Las preguntas de béisbol y cómics eran frecuentes en ese alocado afán por desenmascarar agentes alemanes. Incluso, sabiendo que los alemanes tenían dificultades a la hora de pronunciar letras como la r y la w, se pedía pronunciar trabalenguas tales como: “Rotund Rosie runs round ruggerd rocks” o “William wilted visibily when Vera whipped off her woollies”.

La desinformación también llegó a la prensa, como ocurrió con el Daily Telegraph, que llegó a publicar que en París habían aterrizado agentes alemanas entrenadas por Skorzeny que seducirían a los soldados aliados y los matarían con una daga. Radio Niza incluso llegó a emitir informaciones que afirmaban que los paracaidistas de Skorzeny habían protagonizado un atraco a un banco de la ciudad.

No cabe duda de que la operación de falsa bandera que Skorzeny había liderado en las Ardenas cosechó mucho más pánico que éxito militar.

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