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Raciones K y D, los ejércitos marchan sobre sus estómagos

Napoleón decía que los ejércitos marchaban sobre sus estómagos. Mantener a las tropas bien alimentadas siempre ha sido un desafío para las fuerzas armadas de diversos países. Resulta especialmente llamativo el caso de las raciones estadounidenses de la Segunda Guerra Mundial.

En 1936, el recién creado Laboratorio de Investigación en Intendencia del ejército de los Estados Unidos, con los coroneles Paul Logan y Wilbur McReynolds se puso manos a la obra para conseguir unas raciones con el suficiente aporte energético y dotadas de un sabor aceptable.

Pese a un exiguo presupuesto de 650 dólares y una muy limitada dotación de medios materiales, fue posible desarrollar las raciones C y D. Sin embargo, la deficiencia de la ración C era su contenido alimenticio, pues sus creadores dieron prioridad a su tamaño y facilidad de almacenamiento.

Hacia 1939, el departamento quedó en manos del teniente Rohland Isker. Se trataba de un oficial que había prestado servicio en las Filipinas y que era un verdadero amante de la gastronomía y la cocina. Isker comenzó su trabajo con unos paupérrimos recursos económicos a su disposición y tuvo que esperar a finales de 1940 para disponer de las instalaciones necesarias y de un total de 22 empleados.

Isker y su personal trataban de crear una ración fácil de llevar y poco pesada. Asimismo, dicha ración no debía necesitar ser calentada. Para ello, Isker contó con el apoyo de Ancel Keys, quien trabajaba como nutricionista en la Universidad de Minnesota.

Ancel Keys apostó por una ración empaquetada en cartón y con una masa total de 340 gramos. Dicha ración contendría varias latas y fue denominada ración K. Así, la ración K se estructuraba en desayuno comida y cena. Dichas raciones suponían un aporte energético de unas 3000 kilocalorías diarias.

Ración K de desayuno

 

El contenido habitual de las raciones K era el siguiente: galletas, chicles, tabaco, carne enlatada, queso en conserva, leche en polvo, azúcar, café soluble, barras de cereales, huevos con jamón, caramelos, sal, tabletas purificadoras de agua, caramelos e incluso papel higiénico.

Las raciones K ayudaron a mantener en pie a los soldados estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, si su consumo se prolongaba demasiado en el tiempo podía provocar problemas de malnutrición, estreñimiento e incluso podía desembocar en una excesiva pérdida de masa corporal.

No menos importante fue la ración D. En este caso, el ejército de los Estados Unidos buscaba una ración para ser consumida en situaciones de emergencia. Por ello, este tipo de ración de combate no debía resultar demasiado sabrosa y tenía que ser lo suficientemente sólida como para que el chocolate no se derritiese. En vista de tales requerimientos, el coronel Logan se puso en contacto con la compañía Hershey, líder del mercado de chocolate en Estados Unidos.

Tableta de chocolate de una ración D

 

El trabajo de Hershey se vio plasmado en una tableta formada por un tercio de chocolate amargo, otro tercio de azúcar, una sexta parte de leche en polvo desnatada, la decimoquinta parte de harina de avena y una minúscula cantidad de vainilla. Dicha tableta poseía la consistencia física necesaria y cubría las necesidades energéticas de los hombres, pues las tres barras de chocolate de las que disponía un soldado estadounidense aportaban alrededor de 1800 kilocalorías.

Por último, aprovecho la ocasión para darle las gracias a José Luís Perona, veterano infante de marina y colaborador del canal de podcast de Niebla de Guerra, por proporcionarme la fotografía de las raciones de combate que encabezan el artículo.

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