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Poderío industrial y recursos humanos en la Segunda Guerra Mundial

En la Segunda Guerra Mundial no solo las estrategias y la potencia de fuego importaban. Los recursos, la capacidad industrial y la mano de obra jugaron un papel clave en el devenir de la contienda.

Países como la Italia de Mussolini, la Alemania nazi, la Unión Soviética y el Japón imperial optaron por una planificación centralizada de sus economías antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939. Todo ello implicó un fuerte proceso de industrialización para procurar a sus fuerzas armadas el material que precisaban. Dicha industrialización supuso un fuerte impulso a sus economías, lo que permitió superar los devastadores efectos de la Gran Depresión.

Por el contrario, Gran Bretaña y Estados Unidos operaron en un sistema económico de libre mercado. No obstante, el rearme de las potencias del Eje también forzó a los aliados a estimular su industria bélica y desde finales de los años 30, los pedidos militares se incrementaron.

Las industrias británica y estadounidense resultaron claves para poder mantener un tráfico marítimo fluido. La fabricación de mercantes, vital para el abastecimiento de Gran Bretaña, fue un objetivo prioritario hasta 1943. Asimismo, cabe señalar el papel de Estados Unidos, el astillero de la democracia, pues hacia 1945, su industria naval construyó hasta 5.800 petroleros y cargueros.

Los mercantes, unos buques claves en el aprovisionamiento de países como Gran Bretaña.

 

La clave de semejante volumen de producción se debía a los procesos de fabricación empleados. En este sentido, se ganaba tiempo al soldar las planchas del casco de un buque en lugar de atornillarlas.

Mención especial merece el caso de la industria soviética. La Operación Barbarroja, emprendida por las fuerzas alemanas el 22 de junio de 1941, permitió arrebatar a los soviéticos grandes extensiones de terreno. Todo ello obligó a desplazar a entre 10 y 20 millones de soviéticos, muchos de los cuáles eran obreros industriales. Asimismo, la invasión alemana de la Unión Soviética implicó la pérdida de numerosas fábricas soviéticas, aunque, los niveles de producción lograron restablecerse entre 1942 y 1943.

Cartel de propaganda soviética.

 

El traslado de importantes volúmenes de población y de las fábricas, permitió acercar la industria a los centros de extracción de materias primas. Pese a ello, el sistema ferroviario soviético estuvo cerca del colapso, pues operaba al 50% de su capacidad. De ahí que se diese prioridad a la fabricación de raíles. Por otra parte, las 2.000 locomotoras y los 11.000 vagones aportados por Estados Unidos a través del programa de Préstamo y Arriendo, permitieron mantener la viabilidad del sistema ferroviario soviético. Tampoco hay que olvidar los 450.000 camiones aportados por dicho programa de Préstamo y Arriendo, pues fueron claves para mantener el esfuerzo logístico de la Unión Soviética.

Cartel publicitario británico que ilustra las ingentes cantidades de producción bélica destinadas a la Unión Soviética.

 

Pese a las limitaciones impuestas por la guerra, la Unión Soviética destacó por su gran eficiencia en la producción de carros de combate.

Por su parte, Gran Bretaña y Estados Unidos sobresalieron por su capacidad para aplicar sistemas de producción en masa. La estrecha cooperación entre las agencias gubernamentales, las empresas privadas y los laboratorios de investigación permitieron que Estados Unidos obtuviera tecnología de radar y sonar, así como municiones y medicinas equiparables al nivel de Alemania y Gran Bretaña.

En el Tercer Reich, Alemania fue capaz de sostener un gran esfuerzo industrial prácticamente hasta la pérdida de sus núcleos industriales en 1945. De hecho, en 1944, Alemania registró cifras récord de producción armamentística. A este respecto tiene mucho que ver la gestión del ministro de Armamentos y Municiones Albert Speer y el papel de la Organización Todt que, rápidamente, reparaba estructuras ferroviarias y fábricas.

Albert Speer, ministro de Armamentos y Municiones del Tercer Reich.

 

Si bien los trabajos de dirección y gestión eran realizados por alemanes debido a su lealtad al régimen, los trabajos físicos más tediosos corrían a cargo de los trabajadores forzosos de la Organización Todt. Alemania se nutrió de un gran volumen de mano esclava que subsistía con exiguas raciones diarias.

Precisamente el Partido Nacionalsocialista se encargaba de la supervisión de la economía alemana, mientras que el RSHA se ocupaba de la gestión de la mano de obra esclava y de la explotación de los prisioneros de guerra.

Trabajadoras forzosas al servicio del Tercer Reich.

 

Así, en 1944, Alemania llegó a movilizar una mano de obra de 29 millones de personas, de los cuáles, 5 millones eran esclavos extranjeros y 2 millones prisioneros de guerra.

Por otra parte, la supervisión de la mano de obra y el control del incremento de la productividad corría a cargo del sindicato DAF (Frente Alemán del Trabajo). Dicho sindicato, en lugar de defender los intereses de los trabajadores, era un instrumento de control laboral del Tercer Reich.

Robert Ley, el jerarca nazi al frente del sindicato nacionalsocialista DAF.

En Japón, por el contrario, la guerra obligó a los nipones a producir más con un número inferior de trabajadores. Sin embargo, los japoneses no dudaron en recurrir a 800.000 obreros industriales coreanos y 20.000 prisioneros de guerra aliados entre otros. Asimismo, numerosos trabajadores forzosos asiáticos y prisioneros de guerra sufrieron lo indecible en minas y pozos.

El instrumento de control laboral era la Asistencia para la Autoridad Imperial, mientras que el Tokkotai o la Alta Policía Especial japonesa se ocupaba de evitar y aplacar cualquier posible estallido de huelgas.

Frente a los regímenes totalitarios, la guerra permitió la incorporación masiva de la mujer al mercado laboral en países como Estados Unidos y Gran Bretaña. Así, las mujeres británicas llegaron a suponer el 38% de la población activa, mientras que antes de finalizar 1945, 1,5 millones de mujeres británicas ya habían conseguido su primer empleo.

Gran Bretaña, con una economía de marcada tradición liberal, aprendió a coexistir con una importante intervención del estado en asuntos económicos. De hecho, la intervención del sector público en la economía británica trajo importantes beneficios, como la posibilidad de acceder a servicios sociales que paliaban los efectos de la guerra.

Resulta innegable el espectacular impacto positivo de la Segunda Guerra Mundial en la economía estadounidense. Si en 1939 el Producto Nacional Bruto de Estados Unidos era 91.000 millones de dólares, en 1945 llegó a alcanzar los 166.000 millones de dólares. De hecho, la población activa se incrementó en 14 millones de trabajadores, hombres y mujeres que no habían podido conseguir un empleo en los aciagos años de la Gran Depresión.

Bien es cierto que, a diferencia de lo que ocurría en la Alemania nazi, en Estados Unidos las huelgas no eran ilegales. No obstante, las huelgas causaban perjuicios en la producción bélica y los sindicatos oscilaron entre lo honorable por defender los derechos de los trabajadores y lo condenable por causar ciertos perjuicios en el esfuerzo bélico. Para mitigar los efectos de las huelgas en los Estados Unidos era habitual la intervención de la Junta Nacional de Trabajo de Guerra, que actuaba para acortar la duración de los conflictos laborales.

Rosie la remachadora, todo un icono publicitario que encarnaba a la mujer trabajadora estadounidense.

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