En la Segunda Guerra Mundial, en el Ejército Soviético era muy habitual el consumo de alcohol, especialmente el de vodka. Ya en 1941 se aprobó una orden para que todo soldado soviético recibiese una ración diaria de 100 gramos de vodka.
En este sentido, hay una anécdota que ha suscitado mi curiosidad. Se trata de una historia protagonizada por el teniente Bezdikto, un valeroso oficial del Ejército Rojo muy aficionado a la bebida. En abril de 1945, Bezdikto dirigía una unidad de artillería en la ribera occidental del río Oder.
El teniente no daba parte de los muertos y heridos que sufría su unidad, los mantenía como presentes y activos. Bezdikto escamoteaba las raciones de vodka y las ocultaba en un escondite bajo tierra. Sin embargo, un día, recibieron la visita del comandante Maliguin, que pasó revista a la unidad de Bezdikto y terminó por descubrir su alijo. El teniente se llevó un buen rapapolvo y fue castigado sin su ración de vodka.
Un furioso Bezdikto juró que si él se quedaba sin vodka, el comandante Maliguin también se quedaría sin el suyo. El alcohólico teniente ordenó a sus hombres abrir fuego con los cañones sobre el depósito de intendencia. Afortunadamente, no hubo que lamentar víctimas. El comandante Maliguin, lleno de ira telefoneó al coronel para denunciar a Bezdikto por destrucción de suministros, sin embargo, el coronel dijo que no iba a castigar a Bezdikto y que debían devolverle su ración de vodka. Al parecer, el coronel argumentaba que no debían sancionar a un héroe de la Unión Soviética, pues el teniente Bezdikto iba a ser condecorado con la Estrella Roja.