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La espectacular fuga de Peenemünde de Mikhail Devyatayev

Los prisioneros soviéticos que cayeron en manos de los alemanes en la Segunda Guerra Mundial fueron tratados con brutalidad y sus condiciones de vida eran mucho peores que las de los prisioneros británicos y estadounidenses. Existía especial odio hacia los rusos, dado que el régimen comunista de Stalin era el gran enemigo ideológico de la Alemania nazi de Hitler.

Sin embargo, merece la pena destacar la hazaña de un prisionero soviético que logró huir de los campos alemanes. Nuestro protagonista se llamaba Mikhail Petrovich Devyatayev. En su infancia presenció cómo un avión llevó a cabo un aterrizaje de emergencia cerca de su casa. Desde ese momento, Devyatayev tuvo claro que quería ser piloto de caza.


La Segunda Guerra Mundial le brindó la oportunidad perfecta para pilotar aviones de combate y en 1941 ya combatía a los aviones de la Luftwaffe. Era julio de 1944 y a sus veintisete años, Devyatayev ya era un experimentado piloto de combate. Para desgracia de Devyatayev, su Yak 7 fue alcanzado, por lo que tuvo que saltar en paracaídas.

 

Tras un aterrizaje aparatoso, fue capturado por los alemanes después de haberse roto una pierna y sufrir graves heridas. Pasó un tiempo en la enfermería del campo de prisioneros, donde otros cautivos británicos le proporcionaron el alimento y los fármacos necesarios para poder sobrevivir. 1944 tocaba a su fin y Devyatayev fue trasladado a un campo situado cerca de Königsberg. Consciente del trato particularmente cruel que los alemanes dispensaban a los pilotos, Devyatayev fingió ser un simple soldado del Ejército Rojo.


A comienzos de 1945 fue enviado a Peenemünde, una localidad situada en isla de Usedom, que estaba bañada por las aguas del Báltico. Allí los nazis diseñaban y probaban las milagrosas armas que debían dar un vuelco a la Segunda Guerra Mundial.


Fue destinado a un campo de trabajo en el que alrededor de 4.000 rusos trabajaban despejando las pistas y reparando los daños causados por los bombardeos británicos. El frío y el hambre erosionaban la fuerza de voluntad de los prisioneros. Nadie había escapado jamás de tan espeluznante lugar. Las condiciones de vida eran terribles y en ocasiones, los guardias golpeaban a los prisioneros hasta la muerte. El único peligro no procedía de los guardias, pues varios prisioneros perdieron la vida durante los bombardeos británicos.


Devyatayev supo que si el hambre no terminaba con él, lo harían los guardias, por lo que en su mente fue tomando la idea de una evasión. Determinado a salir con vida de aquella encrucijada, Devyatayev se las arregló para convencer a los nueve cautivos que conformaban su cuadrilla de trabajo.


En la oscuridad del 8 de febrero de 1945, pusieron en marcha su plan de huida. Iván Krigonov mató a un guardia con un descomunal golpe efectuado con una palanca. Petior Kutergun despojó al teutón de su uniforme y se vistió de guardia.


Por fortuna para el grupo de Devyatayev, los temidos perros no se encontraban custodiando el campo, sino que habían sido enviados para ser adiestrados en ataques con bombas contra tanques.


Así pues, la cuadrilla atravesó la pista de aterrizaje acompañada por el falso guardia. Una vez alcanzaron el Heinkel del comandante, entraron en el avión. Devyatayev quedó horrorizado cuando encontró que la batería de la aeronave estaba descargada. Les llevó un cuarto de hora dar con una nueva batería y dejarla operativa.


Devyatayev se despojó de la chaqueta de su uniforme de prisionero para evitar llamar la atención de los alemanes. A su lado se sentó Krigonov, que siguiendo las instrucciones de Devyatayev, apretaba los botones y accionaba las palancas que éste le señalaba.


Los motores rugieron al ponerse en marcha. Emocionados, los compañeros de Devyatayev cantaron la internacional mientras la aeronave ganaba altura. Sobrevolaron durante horas las aguas del Báltico, hasta que vislumbraron las extensas columnas del Ejército Rojo.


Los soviéticos respondieron al Heinkel con fuego antiaéreo y una de las alas de la aeronave resultó dañada. Tras un aparatoso aterrizaje en la nieve, los diez compañeros de fatigas habían logrado sobrevivir.


A su encuentro fueron los hombres de una patrulla de caballería perteneciente al 61º Ejército soviético. Cuando escucharon la historia de Devyatayev y sus camaradas fueron tratados como héroes, pero todo cambió cuando se presentaron los hombres del NKVD, quienes creían que todo obedecía a una artimaña orquestada por los alemanes. Los compañeros de Devyatayev fueron alimentados durante semanas, para posteriormente ser destinados a batallones disciplinarios. Cinco de estos hombres perdieron la vida en las semanas finales de la guerra.


Por su parte, Devyatayev quedó recluido. Una vez Peenermünde cayó en manos rusas, fue requerido para regresar a tan horrible lugar para dar fe de su testimonio. Finalmente, ante las evidencias y los testimonios de prisioneros alemanes y soviéticos, Devyatayev fue liberado y desmovilizado. Sin embargo, una mancha quedaba en su historial, pues Devyatayev había sido hecho prisionero, lo que en la Unión Soviética constituía toda una denshonra. Devyatayev fue tratado como un apestado, viviendo en la miseria hasta la muerte de Stalin.


Con el fallecimiento del dictador soviético, su vida dio un vuelco y en 1957, las autoridades rusas terminaron por reconocer su gesta, nombrándole Héroe de la Unión Soviética. 

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