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Fiasco aliado en la batalla de Gallípoli

El estrecho de los Dardanelos es un angosto paso marítimo que enlaza el mar Egeo con el mar de Mármara. Por su situación geográfica, es la única ruta que da acceso al Mar Negro y durante la Primera Guerra Mundial se convirtió en un amargo objeto de disputa.

A través de un ataque a Turquía en los Dardanelos, se buscaba abrir una vía marítima para enviar armas al Imperio Ruso, mientras que los rusos podrían exportar trigo a los aliados. Por otro lado, se aliviaría la presión que estaban sufriendo las tropas rusas en el Cáucaso.


Francia y Gran Bretaña lanzaron inicialmente una campaña naval contra el Imperio Otomano. Se creía que la Armada se bastaría por sí misma para destruir los fuertes y ocupar Constantinopla. Llegado febrero de 1915, tras tomar la isla de Lemnos y destruir los cañones turcos, se bombardeó los fuertes interiores, también se intentó suprimir la primera red de minas marinas.


El 18 de marzo de 1915 la Armada trató de abrirse camino, pero el resultado fue infructuoso. Los turcos estaban sobre aviso y los británicos iban a precisar un gran contingente de tropas terrestres para poder llegar hasta Constantinopla.


Así, el 26 de marzo partieron unos 70.000 hombres desde Egipto hacia las costas turcas. Se trataba de los ANZAC, una fuerza principalmente compuesta por soldados australianos y neozelandeses, si bien es cierto que en la campaña de Gallípoli también participaron tropas británicas y francesas. Al mando de la Fuerza Expedicionaria estaba el general sir Ian Hamilton, mientras que las tropas turcas contaban con el mando del general alemán Otto Liman Von Sanders. Sin duda, el asesoramiento alemán que recibieron las tropas turcas sería de gran importancia en la batalla de Gallípoli.


La operación comenzó con problemas, con los buques incorrectamente cargados. Solo cuando llegaron a la isla de Lemnos se encargaron de los graves errores cometidos en la estiba. De este modo, los barcos tuvieron que regresar a Alejandría, causando un importante retraso en las operaciones militares.


Los bombardeos navales habían puesto en alerta a las fuerzas turcas, que aumentaron su presencia de dos divisiones a seis divisiones para cuando australianos y neozelandeses desembarcaron en Gallípoli. Tampoco había que olvidar que el terreno era poco propicio para una operación de desembarco, pues se trataba de pequeñas playas de arena a las que seguían acantilados que iban de los 30 a los 100 metros de altura.


El 25 de abril de 1915 se procedió a los desembarcos, mientras el general Ian Hamilton permanecía a bordo del Queen Elizabeth, utilizando como cuartel general aquel barco. Esto dejaba a sir Ian Hamilton desconectado de lo que realmente sucedía en tierra, ajeno al verdadero desarrollo de los combates. Por tanto, la capacidad para tomar decisiones quedaba en manos del general William Birwood, que mandaba el Cuerpo ANZAC y del general Hunter-Weston, al mando de la 29ª División británica.

Tropas del cuerpo ANZAC desembarcan en Gallípoli.


Se produjeron importantes errores en los desembarcos, pues las tropas ANZAC, tomaron tierra 1,5 kilómetros al norte de las playas designadas, yendo a parar al promontorio de Ari Burnu. No obstante, los ANZAC apenas encontraron oposición y comenzaron a avanzar hacia Chunuk Bair.


Pero los aliados se toparon con un excelente militar, Mustafá Kemal, quien frenó el avance aliado entre Chunuk Bair y Sari Bair. Precisamente el nombre de Chunuk Bair quedaría grabado a fuego en las mentes de los ANZAC, quienes sufrieron alrededor de 50.000 bajas en sus infructuosos asaltos a las bien defendidas posiciones otomanas.


La incompetencia y la falta de coordinación eran más que evidentes entre las filas aliadas. La 29ª División británica, que había desembarcado hasta llegar a Krithia, no se molestó en conquistar la cima de Achi Baba, una posición elevada desde la que podrían haber frenado cualquier contraataque turco.


Los aliados habían desperdiciado el efecto sorpresa y, en lugar de continuar avanzando tierra adentro, se limitaron a cavar trincheras y a parapetarse. En los tres meses siguientes, el frente se estancó, con la campaña de Gallípoli convirtiéndose en una amarga sangría para turcos y aliados. Ante lo desesperado de la situación, los aliados reforzaron sus cabezas de playa con otras cinco divisiones que se unieron a las siete que combatían sobre el terreno.


No había ganancias territoriales, los cuerpos sin vida poblaban la tierra de nadie, el agua escaseaba, la disentería se extendió al llegar el verano, por no hablar de lo molestos que resultaban los piojos y las moscas. Era más que evidente que existencia en las trincheras era terriblemente mísera, mientras que el abastecimiento era precario, pues los suministros llegaban desde el lejano puerto de Alejandría. Para colmo de males, la artillería, la infantería y la Armada no coordinaban bien sus ataques a los reductos turcos.

Artilleros turcos durante la batalla de Gallípoli.


Tratando de salir del estancamiento, Hamilton apostó por un desembarco en la bahía de Suvla, lo que le permitiría aislar la península de Gallípoli y hacerse con el control de los terrenos elevados situados al este.


Sin embargo, el plan de Hamilton volvió a toparse con la desorganización, pues las tropas carecían de mapas y tomaron tierra en los lugares equivocados. Para colmo de males, el general al frente de los desembarcos en Suvla, Stopford, no era el hombre adecuado, pues desconocía Gallípoli y no había dirigido tropas en batalla. Lo que parecía un plan que podía sacar a los aliados del atolladero, se topó con una desastrosa ejecución en los desembarcos que tuvieron lugar entre el 6 y el 7 de agosto de 1915.


La campaña continuó y el gobierno británico, ante los nefastos resultados se percató de que la situación en Gallípoli no iba a ninguna parte. Hamilton se mostró favorable a continuar con la lucha, pero terminó siendo destituido. Su sucesor, el general Monro, sin siquiera poner un pie en tierra, se limitó a ordenar la evacuación.


Entre diciembre de 1915 y enero de 1916, las tropas de Suvla y Gallípoli fueron evacuadas exitosamente gracias a ingeniosas tácticas de engaño. Se ponía así final a una campaña que había costado un cuarto de millón de bajas a cada uno de los bandos.

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