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Iwo Jima, infierno en el Pacífico

Con la conquista de las Islas Marianas por parte de las fuerzas estadounidenses en 1944, comenzó una campaña de bombardeos contra las islas principales de Japón. Los bombarderos B-29 de la 20º Fuerza Aérea del general Le May arrasaban las ciudades japonesas. Los endebles edificios nipones, construidos con madera, barro, paja y papel ardían fácilmente ante los bombardeos incendiarios de los norteamericanos. A medio camino entre Japón y las Islas Marianas, se situaba Iwo Jima, una pequeña isla volcánica que podía servir como aeródromo para que los B-29 alcanzados pudiesen efectuar aterrizajes de emergencia. Entre febrero y marzo de 1945, Iwo Jima se convirtió en objeto de sangrientas disputas entre los marines y los soldados japoneses.


Iwo Jima es una isla volcánica de poco más de 20 kilómetros cuadrados. Sin embargo, ofrecía una excelente pista de aterrizaje para aquellos aviones que regresasen dañados después de sus misiones de bombardeo. En la isla tan solo crecían hierbajos, arbustos y unos pocos árboles. No había fuentes de agua potable, por lo que los habitantes acumulaban el agua en cisternas. Un pestilente aroma impregnaba la isla, dado que bajo su superficie había azufre.


Conscientes de su importancia, los estadounidenses comenzaron a planificar su invasión. Por su parte, los japoneses, percatándose del valor de Iwo Jima, se prepararon para la defensa. Al frente de una guarnición de unos 21.000 hombres se encontraba el general Tadamichi Kuribayashi, un oficial que conocía a la perfección el poderío industrial estadounidense, puesto que había viajado por Estados Unidos y también había servido allí como agregado militar.


Kuribayashi, consciente de la capacidad militar norteamericana optó por establecer defensas en profundidad. Los japoneses excavaron multitud de galerías subterráneas, trabajando en turnos de tres horas y descansando durante cinco horas. Esta organización del trabajo se debía al agotamiento que provocaban los vapores de azufre. A su vez, ingentes cantidades de cemento fueron enviadas a Iwo Jima para proceder a su fortificación.


El punto clave de las defensas se concentraba en el monte Suribachi, una elevación de terreno de unos ciento cincuenta metros de altura que gobernaba la isla. Ni un metro de terreno quedaba fuera de la vista de los defensores nipones. Los japoneses ampliaron las cuevas naturales, erigieron búnkeres, nidos de ametralladoras y comunicaron sus defensas a través de una extensa red subterránea. Por su parte, Kuribayashi, optó por una estrategia defensiva más razonable, prohibiendo las alocadas cargas banzai.


Mientras tanto, los estadounidenses pusieron al frente de las fuerzas de asalto al general Holland M. Smith, también conocido como “Howling Mad Smith” (el loco aullador Schmidt). A las órdenes de Schmidt se hallaban tres divisiones de marines: la 4ª bajo el mando del general Cates, la 5º del general Rockney y en reserva la 3ª División del general Erskine. El vicealmirante Turner, se encargaría de proporcionar apoyo naval a la fuerza de invasión.


La Operación Detachment, la invasión de Iwo Jima, se puso en marcha y la isla sufrió tres días de bombardeo. El cañoneo naval resultó insuficiente, pues los japoneses habían levantado un enorme fortín en la isla capaz de resistir monstruosos diluvios de proyectiles.


El desembarco de la infantería de marina estadounidense se produjo el 19 de febrero de 1945. Inicialmente, los marines no encontraron oposición en los arenales negros de Iwo Jima. La infantería de marina y los vehículos comenzaron a acumularse en la arena. Ante semejante embotellamiento, los cañones y las ametralladoras japonesas lanzaron un diluvio de muerte sobre los marines.


Tras sangrientos combates en las playas y en sus inmediaciones, los hombres de la 5ª División de Marines se dirigieron hacia el monte Suribachi, mientras que las tropas de la 4ª División de Marines avanzaron hacia el aeródromo principal. Las bajas del primer día fueron espantosas y cada metro fue ganado a costa de mucho sufrimiento.


En los dos días siguientes, el 28º regimiento de marines estableció un cerco alrededor del estratégico monte Suribachi. El 21 de febrero, los asediados hombres de Kuribayashi recibieron ayuda desde el cielo. Un total de 50 aviones kamikaze se lanzaron contra la flota estadounidense, dañando el portaaviones Saratoga, que tuvo que retirarse a Pearl Harbor para ser reparado. El portaaviones de escolta Bismarck Sea, un buque de transporte y otro de desembarco de tanques fueron hundidos. Por su parte, el portaaviones de escolta Lunga Point terminó siendo dañado.


Tras un ascenso limpiando cada una de las cuevas y posiciones de tiro de los japoneses, los marines del 28º regimiento lograron coronar el monte Suribachi. El 23 de febrero, los marines de la compañía E del 28º regimiento lograron izar la bandera sobre el Suribachi. Poco después se izó una segunda bandera, hecho que el fotógrafo Joe Rosenthal inmortalizó en una mítica fotografía que le valió el Premio Pullitzer.


El 24 de febrero los marines avanzaron hacia el norte, apoyados por tanques Sherman y lanzacohetes, no obstante, la progresión fue mucho más lenta de lo previsto.


El avance de los marines continuó a través de un abrupto paisaje salpicado por cerros, quebradas, montículos y gargantas. Los japoneses, ocultos en sus madrigueras, eran un enemigo difícil de localizar para los marines. El avance de los estadounidenses era constantemente detenido, pues recibían fuego desde las posiciones más insospechadas.


Ante la ferocidad de los japoneses, hubo de recurrirse a la 3ª División de Marines, que capturó las pistas aéreas Nº2 y Nº3. Poco después, las pistas de aterrizaje fueron operativas y los B-29 realizaron los primeros aterrizajes de emergencia en Iwo Jima. Por su parte, la 5º División de Marines logró conquistar las colinas 362A Y 362B. Cabe destacar que la lucha por las colinas fue especialmente feroz, pues los japoneses aparecían por todas partes dispuestos a luchar hasta el último hombre. Tal fue la ferocidad de la lucha en un enclave de la isla que fue denominado “la picadora de carne”.


La tenacidad de los japoneses llegó hasta tal punto que la última bolsa de resistencia nipona no fue eliminada hasta el 26 de marzo de 1945. El comandante japonés, el general Kuribayashi pereció durante la batalla de Iwo Jima, pero sus restos no pudieron ser identificados.


El último acto tuvo lugar el 26 de marzo, cuando unos doscientos japoneses efectuaron una carga banzai contra el aeródromo estadounidense. Se desencadenó un furioso combate cuerpo a cuerpo entre marines, pilotos, personal de construcción naval y soldados japoneses. La acción provocó numerosas bajas entre los estadounidenses y los nipones fueron diezmados.


De los alrededor de 21.000 japoneses que defendían Iwo Jima, la práctica totalidad perecieron. Apenas se capturaron prisioneros. En las filas estadounidenses, la suma de muertos, heridos y desaparecidos superó los 24.000 hombres.


La lucha en Iwo Jima fue salvaje, los sanitarios norteamericanos se convirtieron en un codiciado objetivo para los soldados japoneses. Si mataban a los sanitarios, muchos marines perecerían al no poder recibir atención médica. La intensidad de los combates provocó que se diesen muchas situaciones de un valor realmente excepcional, por lo que se otorgaron hasta 24 Medallas del Congreso a los hombres que lucharon en Iwo Jima.


En las páginas de la Historia, la batalla de Iwo Jima queda como un sangriento enfrentamiento por un diminuto pedazo de tierra en el océano donde se vieron claras muestras de fanatismo, valor y desgaste físico y mental.

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