En los días e incluso semanas posteriores a la entrada de las fuerzas aliadas, se encontraron bombas ocultas en la ciudad. Los zapadores tuvieron que inspeccionar minuciosamente los edificios. Tal era el caso, que una cuadrilla de artificieros encontró en los cuarteles del Príncipe de Piamonte casi una tonelada de explosivos listos para explotar el 19 de octubre de 1943. Los artefactos explosivos no eran el único problema de los napolitanos, el hambre asoló la ciudad.
Tal era la falta de alimentos que la población de gatos en Nápoles se vio reducida considerablemente y los peces del acuario municipal fueron devorados. En estas condiciones de miseria florecieron el mercado negro y la prostitución. En las calles, los niños hacían de alcahuetes para las prostitutas. Fueron muchas las mujeres que se vieron obligadas a prostituirse para poder comer. En este sentido, quiero destacar una anécdota graciosa: el cómico Tommy Trinder visitaba las retaguardias aliadas en Nápoles y debía presentarse ante el jefe del puerto. Un chulo abordó a Trinder ofreciéndole mujeres y Trinder le respondió que quería al jefe del puerto. El chulo se lo pensó y contestó que era muy difícil, pero que lo intentaría. Otra de las consecuencias de la prostitución fue el alarmante número de casos de enfermedades venéreas entre los soldados aliados, prueba de ello es la epidemia de gonorrea que se desató en la Navidad de 1943.
La destrucción ocasionada en Nápoles trajo con ella la insalubridad y las enfermedades y se desató un brote de tifus que tuvo que controlarse espolvoreando a la población con insecticida DDT. Mientras tanto, buena parte de los suministros aliados que llegaban al puerto acababan en el mercado negro. Era muy habitual ver a los napolitanos con abrigos o chaquetas hechos con mantas del Ejército. Muchos soldados aliados, al volver de los frentes de batalla de Anzio y Montecassino aprovechaban la ocasión para hacer su agosto vendiendo equipo militar. La población de Nápoles cayó en la cleptomanía, cualquier artículo podía ser robado y vendido: cigarrillos, chocolatinas, neumáticos, hasta los vehículos eran sustraidos a un ritmo alarmante. Incluso las tapas de las alcantarillas fueron robadas para ser vendidas, dejando las carreteras llenas de agujeros.
Pese a la delincuencia, las enfermedades venéreas y la miseria, para los hombres que llegaban de permiso a Nápoles tras combatir en infiernos como Anzio y Montecassino, la ciudad representaba un paraíso de diversión. Para británicos, estadounidenses y los demás aliados de diversas nacionalidades, su estancia por unos días en la ciudad les permitió olvidar momentáneamente los horrores de unos frentes de batalla donde la lluvia, el barro, los bombardeos y la muerte eran algo habitual.